El Festival Internacional de Cine de Berlín (la Berlinale) ha decidido que el año que viene concederá un único premio a la mejor interpretación protagonista y uno a la de reparto, sin distinción de género.

La explicación que han dado desde la dirección del festival es que «no separar los premios en el campo actoral según el género representa una señal de una mayor conciencia sensible al género en la industria del cine».

Esta media sería una cosa estupenda en un mundo que fuera igualitario.

Pero, de momento y por desgracia, no lo es.

En el mundo en el que vivimos las actrices cobran mucho menos que los actores por realizar el mismo trabajo durante el mismo tiempo en una película.

En el mundo en el que vivimos Paul Newman le cedió parte de su sueldo a su compañera de reparto en «Al caer el sol» Susan Sarandon para que ella pudiera cobrar lo mismo que cobraban los protagonistas masculinos de la cinta.

En el mundo en el que vivimos solo tres de cada diez películas tienen a una mujer hablando.

En el mundo en el que vivimos podemos aplicar a la producción audiovisual el llamado test de Bechdel para evaluar la escasa o nula identidad de los personajes femeninos representados en la ficción. Aplicando este test comprobamos que cuesta encontrar en una misma película a dos mujeres con nombre propio que hablen entre ellas y que el tema de conversación no verse sobre un hombre.

En el mundo en el que vivimos si eres actriz y te haces mayor (cosa lógica si sigues viva) resulta que te vuelves un fantasma y ya no existen papeles para ti porque a nadie le interesa contar lo que le sucede a una «vieja».

En el mundo en el que vivimos cuando una actriz envejece es sustituida por otra nueva como si fuera una tostadora o un mueble.

Ahí tenemos a los actores haciéndose mayores y «la chica» de la película siempre es joven, siempre a estrenar.

Porque mujeres en el cine duran lo que duran las ganas de echarles un polvo.

Y luego si te he visto, no me acuerdo.

Con este panorama en el mundo que vivimos viene la Berlinale a aplicar una medida (con una intención loable) que opaca aún más el trabajo de las actrices.

Porque los premios, además de su carácter de reconocimiento, tienen un profundo impacto en la visibilidad del trabajo de los actores y actrices.

Y si eres una actriz que ya de por sí cobra menos por el mismo trabajo, para la que no escriben papeles, a la que ya no llaman porque se atrevió a hacerse mayor, antes tenías al menos una plaza en una categoría para poder optar a un premio que promocionaría tu esfuerzo y dedicación.

Ahora ni eso.

Ahora puede ser que esa promoción se la lleve un actor como si no tuvieran los hombres ya bastantes privilegios.

Y esto nada tiene que ver con la caridad, ni con pobrecita actriz vamos a darle un premio que no se merece solo por ser mujer.

Esto tiene que ver con el mundo en el que vivimos.

Aquí, hoy, no separar los premios en el campo actoral por género lo único que conseguirá es perjudicar (de nuevo) a las actrices.

Porque no reconocer la realidad material que viven las actrices es como querer encajar una utopía en un mundo que no existe aunque nos gustaría que existiera.

Es como aplicar un parche, como tratar el síntoma pero no ir a la raíz del problema y de la enfermedad.

La enfermedad es el machismo y es el sexismo.

Por eso antes de eliminar lugares en los que podrían estar las actrices deberíamos preocuparnos por eliminar la vergonzosa brecha salarial.

Deberíamos preocuparnos por cómo son tratadas las mujeres en la sociedad.

Porque si no tendremos una conciencia sensible, sí.

Que lo único que hará será generar.

Aún mayor desigualdad.