A M se le ha caído su primer diente y ha cumplido seis años en confinamiento. No ha podido contar a sus compañeros qué le ha traído el Ratoncito Pérez (aunque ha hecho un vídeo en el que anuncia el acontecimiento y les ha sido mandado a todos) ni podrá, posiblemente, hacer una ceremonia de adiós a la educación infantil y la llegada de la primaria. Realmente no sabe cuándo se podrá ir a la playa a pasar el verano ni si volverá ir al cole en septiembre cada día; posiblemente no. Empezará en primaria con muchísimas incertidumbres, seguramente miedos y demasiados cambios. Todo esto, queriendo creer que ha asumido que su vida ya es estar en casa, salir una hora a jugar solo con su hermano sin poder tocar nada ni acercarse a nadie, y queriendo creer que en esto vamos bien. Aunque bien, bien, no se va nunca.

H tiene tres años y empezará en infantil, si es que eso existe después del verano. Con tres años son seres mucho más indescifrables, o al menos yo no sé explicarlos mejor, pero va dejando detalles de la decepción permanente que va a ser su vida desde ahora. Habla de hacer un montón de cosas que le encantan en vacaciones que no va a poder hacer porque no existirán. No sé cómo le afectará todo esto, la verdad, pero me consume.

Pasan los días (66 días sin ir al cole llevan cuando escribo esto) y no pasa la incertidumbre. El instinto de protección, el amor desmedido y que, posiblemente, soy un padre que todavía no sé gestionar mis emociones en lo que se trata de mis hijos, me han llevado a una situación en la que convivo con tirar día a día, trabajar, ayudarles a vivir lo mejor que se puede… y ya. Tengo la inmensa fortuna de no tener que preocuparme por mi futuro económico ni el de mi familia, así que no quiero pensar cómo lo estarán llevando los que encima tienen esa carga. Pero es verdad que pasan los días, las semanas, y todo sigue sin resolverse. Y yo, como tantos otros, continuamos sin tener tiempo para ver qué tenemos dentro de la cabeza. No tengo idea de cuándo podrá ser una prioridad, pero tardará. El privilegio que teníamos era poder cuidar de nosotros. Y era grande.

Pero es que anoche vino el Ratoncito Pérez, ¿sabéis? M se levantó tan emocionado que fue a contar la noticia (el Ratón incluso le dejó una carta dándole las gracias) y ni siquiera se había fijado en el regalito que le había dejado. Casi que le daba igual. "Ha sido magia, papá, eso no lo podía haber hecho otra persona. Es un ratón mago, papá. Se ha comido el queso y ha dejado unas migas al lado del enchufe, así que yo creo que ha entrado por ahí, por el enchufe. ¿Te acuerdas que decíamos que por dónde iba a entrar, si iba a hacer una puerta o qué? Pues ha entrado por el enchufe, papá".

El futuro no sé qué tal irá. Pero el presente, al menos hoy, con la visita del Ratón Pérez ya está salvado. Un día más.