Me he despertado casi a las siete y me he quedado en la cama más de tres cuartos de hora, y ha merecido la pena. Ha entrado el sol por la ventana y han brillado en el aire algunas motas de polvo. He salido a la ventana y hacía una estupenda mañana. He bajado al bar para desayunar…

Y aquí dejo de citar (adaptada a mi horario) la canción: ¡He bajado al bar para desayunar! Hoy entrábamos en fase 1 en Madrid y tracé un plan: me pondría el despertador a las siete de la mañana, saldría por el barrio a buscar una terraza y me sentaría a desayunar.

Hace tiempo me hicieron una entrevista en El Mundo y el titular fue: “Desayunar todos los días en un bar es el sumun del lujo”. Nunca me han/he definido mejor en tan pocas palabras. Hay gente que dice que no tiene vicios, y mira, qué suerte para ellos; yo lo que tengo son vicios baratos. Que desayunar todos los días en un bar puede no serlo, pero como lujo de una vida es asumible.

'He pedido un café con hielo y un montado de jamón, pero me ha dicho que no'

Cuando pudimos salir, lo de ir a la calle sin haber bares no me llamaba: ¿para qué pasear si no puedes sentarte a tomar un café? Hoy era mi día. Supongo que salir a desayunar a un bar hoy para mí es lo que fue para los runners salir a correr cuando entramos en fase 0, solo que ellos ganan en salud y yo, en colesterol.

Me ha costado un poco levantarme, pero la ilusión era tremenda. He bajado donde creía que iba a haber seguro un bar abierto. Agua. He ido a otra zona, donde un camarero me ha dicho que para las nueve o nueve y media tendría la terraza montada. Más paseos. Nada. Otra cafetería que me decía que para las nueve, pero eso me venía muy justo, porque con dos hijos en casa que ya estarían levantados uno no tiene tiempo para cafés. Así que a eso de las nueve menos cuarto me he vuelto para el primer bar que me ha dicho que abriría. La estrategia sería sentarme en un banco enfrente y mirar muy fijamente al camarero, para meterle presión.

Pero no hizo falta. A menos cuarto, reluciente, ahí estaba la terraza montada: nueve mesas (normalmente hay unas 20 en ese bar) vacías esperándome. He pedido un café con hielo y un montado de jamón, pero me ha dicho que no, que eso no me lo podía poner: que o bollos o churros y porras. He visto el cielo abierto: café y tres porras.

'Me he lavado las manos con el gel, me he sentado, he mirado hacia arriba, he respirado profundo y me he emocionado'

Me he lavado las manos con el gel, me he sentado, he mirado hacia arriba, he respirado profundo y me he emocionado. Os lo juro, literal: ha venido a mí esa sensación previa a llorar, cuando se te llenan los ojos de lágrimas. No he llegado a lagrimear, pero ahí ha quedado. Había tres mesas con gente y un par de trabajadores tomando un con leche de pie. “¡Ponme 54 cervezas!”, ha dicho riéndose otro que ha llegado, que ha dejado claro “las ganas de bar” que tenía. Una chica ha dicho que hay que consumir y que ahora quería café y por la tarde, ir al cine. He sido razonablemente feliz ese rato.

Lo he disfrutado (me ha sentado regu, la verdad; hacía tiempo que no desayunaba tanto) y a las 9:30 ya estaba en casa. Nunca vino tan bien la expresión “ya he echado al día”. Sé que sigo teniendo miedo, que no voy a ir a terrazas en horas en las que haya mucha gente y que voy a tener que sacrificar sueño para poder tomarme un café con porras sin gente en un bar. No hay problema. Ha sido extraordinario. He sentido que después del desayuno ya podía decir que hoy ha sido un buen día.