La Navidad llega con mesas llenas, horarios distintos, más compromisos sociales y una sensación generalizada de "barra libre" alimentaria. Sin embargo, disfrutar de estas fechas no está reñido con cuidarse ni con mantener cierto equilibrio. De hecho, hay alimentos que, lejos de ser un problema, se convierten en nuestros mejores aliados para gestionar los excesos propios de estos días.

No se trata de compensar, ni de prohibir, ni de comer con miedo. Se trata de elegir bien, de entender qué alimentos nos ayudan a sentirnos mejor y a disfrutar sin arrastrar pesadez, hinchazón o culpa.

Verduras y hortalizas: la base silenciosa del equilibrio

Aunque en Navidad no suelen ser las grandes protagonistas, las verduras y hortalizas son clave. Aportan volumen, fibra, agua y micronutrientes, lo que favorece la saciedad y ayuda a regular la digestión.

No hace falta convertir la cena de Nochebuena en una ensalada triste, pero sí darles espacio: cremas de verduras, salteados, guarniciones generosas, verduras al horno o entrantes vegetales. Su presencia reduce la probabilidad de llegar con un hambre descontrolada a los platos más contundentes.

Además, la fibra que contienen ayuda a amortiguar el impacto metabólico de comidas más grasas o azucaradas. Son, literalmente, un colchón digestivo.

Legumbres: grandes olvidadas... y grandes aliadas

Las legumbres no suelen asociarse a la Navidad, pero pueden encajar perfectamente en entrantes, ensaladas templadas o platos de cuchara. Lentejas, garbanzos o alubias aportan saciedad duradera, proteínas vegetales y fibra fermentable, beneficiosa para la microbiota intestinal.

Un intestino cuidado gestiona mejor los excesos puntuales. Y eso, en estas fechas, marca la diferencia.

Proteínas de calidad: carne incluida (y bien elegida)

Sí, la carne también puede ser una aliada en Navidad. El problema no es la carne, sino el exceso y el tipo de preparación.

Carnes magras como pavo, pollo, conejo o cortes magros de cerdo y ternera aportan proteínas de alto valor biológico, fundamentales para la saciedad y para evitar el picoteo continuo. Incluso carnes más tradicionales de estas fechas, como el cordero o el asado, pueden encajar si se respetan las cantidades y se acompañan de buenas guarniciones.

La proteína frena el hambre, estabiliza la glucosa y reduce la necesidad de seguir comiendo por inercia. Por eso, una comida navideña bien estructurada, con una fuente proteica clara, suele dejar mejor sensación que una basada solo en entrantes y dulces.

Pescado y marisco: tradición y ligereza

El pescado y el marisco son clásicos navideños por una buena razón. Son alimentos ricos en proteínas, con grasas saludables y, en general, más fáciles de digerir que otros platos muy elaborados.

Mariscos, pescados al horno, al vapor o a la plancha permiten disfrutar sin una digestión pesada. Además, aportan minerales clave como zinc, yodo o selenio, importantes para el sistema inmunitario y el metabolismo.

No son 'alimentos light', son alimentos inteligentes para estas fechas.

Fruta: el final perfecto que casi nadie elige

La fruta suele quedar relegada en Navidad, cuando en realidad puede ser una gran aliada. Aporta dulzor natural, agua, fibra y antioxidantes, y puede ayudar a cerrar la comida sin necesidad de recurrir siempre a grandes cantidades de dulces.

No se trata de eliminar el postre tradicional, sino de no olvidar que la fruta también cuenta. A veces, compartir un dulce y completar con fruta es una opción mucho más sensata —y satisfactoria— que comer de todo sin atención.

Frutos secos: pequeños, saciantes y traicioneros si no se miden

Los frutos secos son muy nutritivos, saciantes y saludables, pero también fáciles de sobreconsumir. Un pequeño puñado aporta grasas de calidad, fibra y micronutrientes que ayudan a controlar el apetito.

El problema aparece cuando se comen sin conciencia, directamente del cuenco, durante horas. Aquí la clave es la cantidad y la atención.

Y sí, también los dulces pueden tener su lugar

La Navidad sin dulces no es Navidad. Y no pasa nada por decirlo. El verdadero aliado no es eliminar el dulce, sino elegirlo bien y disfrutarlo de verdad. Mejor un buen turrón, un polvorón casero o un postre compartido y saboreado, que picar sin parar productos mediocres por ansiedad o costumbre.

Cuando el dulce se come con placer y sin culpa, suele bastar menos cantidad. La culpa, paradójicamente, suele llevar a comer más. El verdadero control no está en el plato, sino en el enfoque.

Los alimentos pueden ayudarnos, pero el mayor aliado en Navidad es la actitud. Comer despacio, escuchar las señales de saciedad, elegir con criterio y entender que cuidarse es una práctica anual, no una penitencia de enero.

La Navidad no es un enemigo que haya que combatir, sino un contexto que hay que saber gestionar. Y con buenos alimentos, algo de conciencia y mucho disfrute, es perfectamente posible.

Porque cuidarse también es disfrutar. Incluso, y, sobre todo, en Navidad.

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