No sé si tengo dicho que nuestro Parlamento es un ejemplo de lo que ocurre cuando no hay debate, cuando no hay discusión, cuando las partes enfrentadas carecen de discurso.

Nuestro Parlamento es un significante vacío de significado, dando igual que esté cerrado por vacaciones como abierto el resto del año. Pero no pensemos que nuestros representantes políticos son diferentes al resto de mortales, qué va. Son el reflejo de la sociedad civil. Por lo mismo, en un país donde la gente carece de conciencia crítica y lo único que le pide a la vida es tener cobertura para restregar el dedo sobre un cacharrito, la verdad es que no merecemos otros representantes políticos que los que nos han tocado en la rifa. Están hechos a la medida de este pueblo aborregado que, visto lo visto, carece de arreglo.

Sólo hay que prestar un poco de atención para darse cuenta de que el mecanismo de su discurso es lo más parecido a un semáforo, es decir, cuando rojo, paro; cuando verde, paso. Pero no entremos en semáforos y vayamos a los libros. Porque hay un libro breve -pero intenso- titulado 'Elogio de la anarquía' que data del siglo III antes de Cristo y que recoge debates entre pensadores chinos de la época. Lo publica en castellano la editorial Pepitas de calabaza, una editorial de referencia para todas aquellas personas que busquen alternativas a la dictadura impuesta por las multinacionales mal llamadas culturales. Si queremos salirnos del rebaño, si queremos dejar de estar pastoreados, hay que leer. No existe otra salida.

El citado libro nos presenta debates ricos en enseñanzas por las dos partes enfrentadas, enseñándonos que la riqueza de los discursos surge cuando se enfrentan dos formas de argumentación opuestas. En la primera parte del libro se debate acerca de la inutilidad de los príncipes, y es aquí donde el primer sabio expone que la sociedad ideal no puede realizarse si no es en el primitivismo más radical, mientras que para el sabio que refuta tal exposición, la vida salvaje resulta un horror. Para él, la civilización y el progreso no son más que el resultado natural de todo proceso histórico, a lo que el primer sabio responde que la madre naturaleza no se manifiesta en su propia desnaturalización, sino que la desnaturalización es un proceso cuyo origen está en la acumulación de riqueza. La igualdad no puede darse en un Estado que da la espalda a la simplicidad primordial. Pero para el sabio que refuta al primero, esto no es así. Para este, el equilibrio de fuerzas produce disputas, querellas y recelos.

En dicho debate podemos observar la presencia de Rousseau siglos antes de que Rousseau y sus ideas afilasen la guillotina de la Revolución Francesa, como también podemos detectar la presencia de Pierre Clastes, antropólogo francés contemporáneo que criticó las teorías evolucionistas que sostienen que las sociedades más desarrolladas son las jerarquizadas. Su consigna fue la defensa de sociedades sin Estado, ni fe, ni ley, ni rey, algo que ya se debatía siglos antes en la otra cara del mundo, en China, mientras por aquí andábamos jugando a los gladiadores. En eso seguimos, por lo menos en España, donde el circo ahora es un Parlamento vacío de significado.

Un último apunte: mientras sus señorías siguen de vacaciones, las colas del hambre siguen funcionando.