Es nuestra Paloma. La de todos y todas. También la suya. Aunque usted no lo sepa. Porque si la conociera, enseguida querría quedársela y llevársela a su casa.

Es la ujier más famosa del Congreso. Ha trabajado 36 años en esta casa. Y se jubila porque no le queda más remedio. "Me obligan", dice con pesar. "Tengo un dolor enorme, ¿cómo se prepara una para esto? Imposible. Pero tendré que asumir que hay vida fuera de aquí".

Aquí conoció a su marido. También ujier. Él se queda pero ella el lunes cumple 72 años y cierra la persiana. Llega su momento de dar un paso al lado. Ya no hay más prórrogas posibles. La última de dos años se la concedió Ana Pastor y termina dentro de 4 días. Los últimos dos años trabajando se los ha bebido en pequeños sorbos. Disfrutando cada segundo. Sabiendo que llegaba el final. Haciendo lo que hacía cuando entró. Desde la misma mesa. Una mesa pequeña, en el primer piso. En una intersección de 4 pasillos. Nos cuenta que es su "sitio preferido porque todo el mundo pasa por aquí y porque puedo ayudar a todo el que necesite algo. El nombre de una sala, la hora de una comisión o cualquier documentación".

Paloma ha sido testigo directo de la vida parlamentaria. A su casa se lleva infinidad de secretos y confidencias. No tiene pensado escribir un libro, mantendrá la discreción que le ha acompañado en su profesión, "son vivencias y me quedo con ellas", asegura. Ha oído conversaciones privadas en momentos cruciales de la historia de nuestro país. Ha visto crecer la democracia por delante de sus ojos. Durante 20 años fue Portera Mayor adjunta, la sombra de los Presidentes de la Cámara baja: "Te encargas de ellos desde que entran hasta cuando se van por la noche. Sabes con quien se reúnen, con quién comen y con quién hablan. Ellos saben que estás detrás de ellos desde que llegan hasta que se van". Durante dos décadas fue mujer en mando, se encargaba de todo lo que pasaba en la casa. Cada detalle. Cada imprevisto. Mantiene que siempre se ha sentido muy querida y que ha recibido mucho cariño, aunque eso no quita para que, en ocasiones, haya tenido que dar "puñetazos…pero en la mesa".

Su lugar preferido es el hemiciclo: "Cuando está lleno, encendido, con todos los diputados sentados me sigue emocionando. Sigo teniendo escalofríos". No se cansa de estas alfombras, ni de estos pasillos, ni mucho menos de ellos, de los políticos. De los que por cierto, ha memorizado todos los nombres y apellidos. No se le escapa una cara ni se lía con las legislaturas. Lo tiene todo perfectamente archivado en su memoria. Estos días es fácil quedarse embobada con todos sus recuerdos. Cree que "la política ha cambiado mucho. También los políticos. Antes ocupaban escaños electricistas, fontaneros, ebanistas. Ahora están todos más preparados. En las primeras legislaturas hablaban sin leer un folio, era todo más improvisado y emocionante. También discutían mucho y había unas broncas terribles". Reconoce que a los nuevos políticos les cuesta asumir la rigidez de las instituciones pero que acaban haciéndolo con respeto. Se lamenta de que por poco tiempo no pueda abrir la próxima legislatura. La que empezará el 3 de diciembre. Será la primera que vea en casa, frente a la televisión, desde 1983.

Su adiós ocupa portadas, minutos de televisión y protagonismo en público y en privado. Confiesa que no entiende el revuelo, que solo se jubila, y que está "agobiada" por la repercusión de su marcha. Sabía que los periodistas somos pesados pero no sabía que lo somos aún más cuando decimos adiós a alguien que admiramos y queremos.

Ayer hablaba por teléfono con un exdiputado que quería despedirse de ella. Como tantos. Y le dijo: "Paloma, el martes las piernas te llevarán al Congreso. Volverá, seguro. No podrá resistirse".