No soy criminólogo, ni sociólogo, ni pedagogo… Sólo soy reportero de sucesos, alguien que trata de contar, lo mejor y lo más honradamente que puede, los devastadores efectos que provocan quienes ejercen el mal en todas sus variedades. La experiencia me ha enseñado que en muchas ocasiones los esfuerzos por entender las razones de esta maldad conducen a callejones sin salida y sólo sirven para confundirme a mí el primero y en segunda instancia a mis lectores, oyentes o espectadores. Hay veces que, sencillamente, el mal no tiene explicación.

Ha vuelto a ocurrir. En una pedanía de Elche (Alicante), un chico de quince años ha asesinado a tiros a sus padres y a su hermano, de diez años. Los titulares hablan de móviles tan absurdos como banales: castigarle sin Internet por sus malas notas habría provocado la matanza; había leído un libro con un argumento similar… Nada de eso es un motivo sólido porque probablemente no haya un motivo. Como tampoco tenía motivos hace veintiún años José Rabadán para acabar con sus padres y su hermana a golpes de catana y machete. En aquel momento se llegó a culpar del triple crimen a un exitoso videojuego –Final Fantasy– y hasta se buscaron parecidos físicos entre el asesino y el personaje principal de aquella aventura gráfica. Una teoría que el mismo Rabadán echó por tierra cuando dijo que ni siquiera era asiduo a ese videojuego.

Nadie supo dar una explicación a los crímenes de Rabadán. Ni siquiera él mismo, que se limitó a decir que había imaginado alguna vez cómo sería su vida sin su familia. Los que interrogaron en la sede de la Jefatura Superior de Murcia al asesino de la catana recuerdan bien cómo contaba lo sorprendido que estaba: esperaba que matar fuese algo mucho más sencillo. Los que han pasado las primeras horas de detención junto al asesino de Elche dicen que se mantiene frío y distante, como si lo ocurrido en su casa formase parte de una realidad ajena a él. Escribiremos mucho sobre él y no daremos con sus razones, con las razones del mal.