Esta verdad que siento muy dentro de mí no me atrevo a sacarla fuera o verbalizarla en público normalmente porque parece que una verdad así no conecta con mi sentimiento de Malamadre, que grito a los cuatro vientos desde hace cinco años. Se puede confundir y puede hacer sentir mal a quien decide no ser madre o a quien no puede serlo. Por eso hay que explicarlo bien. Además la gente espera de mí una madre despreocupada, que pone siempre por encima de sus hijas su propia identidad, sus metas profesionales y que incluso quizás se arrepiente de serlo. Entonces toca explicarse, que no justificarse porque yo lucho a diario para que mi M de Madre no aplaste a mi M de Mujer. Es más, me ha costado mucho trabajo interior llegar hasta aquí, priorizarme, cuidarme o al menos ser consciente de que lo necesito para ser mejor madre. Pero seguir siendo libre siendo madre no es incompatible con que yo y mi pareja hayamos adaptado nuestra vida a ellas (y ellas a nosotros), no es incompatible con que las prioridades hayan cambiado y con que pasemos las tardes haciendo deberes, hayamos cambiado la hora de la cena a las 8 de la tarde para estar todos juntos y nuestros ratos en soledad se cuenten con los dedos de una mano.

Decir que "soy mejor persona que antes de ser madre" no quiere decir para nada que crea que ser madre es lo más maravilloso que te puede pasar. De hecho creo que mi primera maternidad no me llegó en el mejor momento. No estaba preparada. No había puesto en la balanza, ni yo ni mi pareja, lo que iba a suponer, el coste que tendría en nuestras vidas personales y profesionales. Tenía 28 años cuando me casé y decidimos que queríamos ser padres. 29 años cuando me quedé embarazada. Cuando fui madre durante dos años sentí que la maternidad me ahogaba, me aplastaba y que yo intentaba por todos los medios salir a flote, agarrándome a la fuerza que te da la naturaleza por mera supervivencia. Esos años sobreviví, así es, me sentí culpable, muy culpable, me abandoné, no sabía quién era yo, pero procuré que ella, mi hija, no lo sintiera así. Ella no tenía la culpa. Pero el viaje que hice durante esos dos años me cambiaron para siempre. La renuncia a mi carrera profesional. La renuncia a mi ser, a mis prioridades, a mi ego, a mis castillitos de arena, a todo lo que había construido me pusieron en otro lugar. En un lugar nuevo, donde tenía que volver a creer en mí, reconstruirme y convertirme en una persona distinta en muchos aspectos.

Este camino me marcó para siempre. En ese momento no tenía ni idea de que un día lo sentiría así, de que un día como hoy me alegraría por haber pasado por ahí para poder llegar hasta aquí. Me reconcilié con la niña que fui, con la joven vehemente, que siempre tenía la razón, con la mujer que no permitía un no por respuesta, con la creativa egocéntrica que pensaba que sus ideas siempre eran las mejores y con la insegura que al mismo tiempo me limitaba a seguir creciendo a cada paso.

Antes de ser madre yo siempre decía que "soy una insatisfecha por naturaleza" y además sentía que ser así me daba poder, me colocaba en una mejor posición, por no conformarme, por pelear por ser mejor, por esforzarme cada día. Desde mi posición privilegiada, todo me parecía poco. La vida me parecía escasa en todos los sentidos. Necesitaba estímulos nuevos cada día. Me cansaba de lo que ocurría a mi alrededor en poco tiempo. Me parecía todo demasiado normal. Tenía que llevar todo siempre al extremo. Necesitaba que cada día hubiera una experiencia nueva, sintiera nuevas emociones y me precipitara al abismo de lo desconocido. Si no no me sentía viva.

Desde que soy madre me siento satisfecha con lo que tengo. Y eso para alguien que tenía tanto ruido en su interior, que sentía que perdía el tiempo si no estaba en constante cambio y que no sabía cómo canalizar tanta energía es maravilloso. Mientras escribo estas palabras es domingo por la tarde. Antes los domingos no me gustaban. Ahora los domingos son días de conectar conmigo misma, con mi casa, con mi vida. Ahora los domingos son mi zona de confort. No necesito más. Despertarme cuando él se va al fútbol. Levantarme y dar un beso a mis niñas. Desayunar juntas. Darme un paseo sola mientras ellas se van al parque con el buenpadre. Escuchar algún podcast. Tomar el aperitivo en el barrio. Sentarme en el sofá con un té en la mano. Organizar la semana de trabajo, escribir los artículos pendientes, preparar el status del equipo de los lunes. Esperar que llegue la noche para pasar un rato juntos viendo 'El Objetivo' o un capítulo de 'Mrs Fletcher'. No necesito más ni quiero nada más.

Quizás si me hubieran contado mi plan de domingo antes de ser madre, me hubiera dicho a mí misma: "No te engañes, eso no te hace feliz". Pero es que antes no era capaz de sentir lo llena que iba a estar mi vida en ese momento, solo por compartirla en paz.

Ser madre no es lo mejor que te puede pasar, pero te coloca en un lugar nuevo, desde el que si estás preparada comienzas un camino al autoconocimiento, a la empatía, a la generosidad que difícilmente no te hará mejor persona. Es un viaje de ida y no tiene vuelta atrás.

* Gracias a Borja Villaseca por inspirarme y conectar con mi verdad.