"No es país para madres que no quieren renunciar", le dije a mi madre un año después de renunciar a mi puesto de trabajo. 12 meses después de sentarme delante de mi jefa y decir "me voy". 12 meses después de una de las decisiones más pensadas y sufridas de mi vida. Porque yo no me fui ese día de febrero cuando pronuncié el ansiado "se acabó", no, yo me fui el día que no entendieron que tenía que salir antes porque mi hija tenía 39 de fiebre por una otitis mal curada. Yo me fui el día que me dijeron: "Esto no es una empresa para mamis y bebés". Yo me fui el día que me dijeron "cuántas pruebas hay ahora en el embarazo". Yo me fui el día que me levanté a mi hora de una reunión, porque llegaba tarde a recoger a mi hija, y me lo echaron en cara. Yo me fui el día que acepté y busqué ayuda para que una cuidadora recogiera a mi hija del colegio por no tener flexibilidad. Yo me fui el día que acepté las reglas de la "no conciliación" de aquella empresa y de este país. Yo me fui el día que me resigné, pensando que no era posible. Yo me fui el día que dije que era yo la que estaba enferma para poder quedarme cuidando a mi niña. Yo me fui el día que me hicieron sentir menos profesional por ser madre. Pero tardé casi un año en darme cuenta de que yo no estaba eligiendo cuidar de mi hija, yo estaba renunciando a mi carrera profesional porque en este país ser madre y profesional no se apoya, no se protege, no interesa.

Hay un sistema que nos atrapa, que nos cuestiona, que nos exige elegir una cosa u otra, que nos empuja a renunciar, pero lo hace de manera sibilina, lo romantiza, lo viste de decisión propia, ofreciéndote reducir la jornada, coger una excedencia, parar por un tiempo y sin darte cuenta te aparta, te expulsa. Caes en las trampas de la conciliación, una tras otra hasta que un día te das cuenta de que el modelo laboral construido no cuenta contigo, no cuenta con las madres. Pero esto no te lo dijeron antes, antes te hicieron creer que la igualdad era una realidad.

Es IMPOSIBLE para las madres seguir este ritmo productivo, construido para los hombres y que deja fuera, muy lejos, los cuidados, lo reproductivo, la vida.

Es curioso analizar los últimos datos del CIS. Los hombres asumen más tiempo en las tareas doméstico-familiares, pero las mujeres seguimos trabajando en los cuidados hasta tres horas más. Si profundizamos en las tareas que ellos hacen, nos daríamos cuenta de que el reparto no es equitativo, que ellos ejecutan, hacen las tareas más visibles, de mayor reconocimiento social y nosotras las invisibles, las que no se ven, las que son difícil de cuantificar, quedándonos atrapadas en esa carga mental que nos paraliza tantas veces.

Y mientras nos atragantamos a diario con esta desigualdad que vivimos en silencio, no vaya a ser que, si decimos que queremos estar, que queremos ocupar espacios públicos, que queremos tiempo propio, nos tachen de Malasmadres, nos encontramos con que España vuelve a batir un récord de baja natalidad. El número de niños y niñas que nacieron en 2023 desde enero hasta el mes de noviembre, por primera vez está por debajo de 300.000 bebés. ¿De qué se sorprenden? Estamos ante la emergencia de la natalidad y no estamos haciendo nada.

Cada día recibo historias que impactan fuerte, historias de renuncia que llenan nuestro muro "Yo no renuncio" en la Asociación, cartas anónimas de mujeres que desaparecen cuando son madres. Mujeres que gritan afónicas la necesidad de políticas públicas efectivas de conciliación. Mujeres que demandan protección social y laboral para no sentirse trabajadoras de segunda por cuidar. Madres que lloran por no poder cuidar de su hijo cuando enferma o que tienen que aceptar la precariedad laboral para poder seguir adelante. Pero "a quién le importarán las lágrimas de una madre en un mundo que se ha acostumbrado tanto a ellas que las considera redundantes", dice Mar García Puig en su maravilloso ensayo La historia de los vertebrados.

Menos hipocresía, que las mujeres sí queremos ser madres, pero el sistema nos da la espalda. Para ser madre no solo necesitamos las ganas y el deseo, necesitamos el contexto social, necesitamos derechos y luego ya entonces hablamos de si se nos está pasando el arroz o preferimos estar solas. Entonces, cuando hagan su trabajo, cumplan las leyes vigentes, cumplan con las directivas europeas, remuneren los permisos de cuidado, obliguen a las empresas y eduquen en corresponsabilidad social, entonces, y solo entonces, me vienen con el cuento de que no queremos ser madres.