Después de casi un quinquenio hablando de los azúcares sencillos, queda claro que su consumo excesivo y frecuente en nuestra dieta es más común de lo que creíamos, y que su relación con el aumento del riesgo de desarrollo de enfermedades crónicas no transmisibles está de sobra demostrado. Y no solo hablamos de la diabetes, también de enfermedades cardiovasculares o, incluso, algunos tipos de cáncer como el de colon.

Son muchos los artículos en revistas y periódicos, así como horas en televisión y radio, las que se les ha dedicado. Por no nombrar los cientos de fotos con terrones de azúcares al lado de productos más o menos procesados.

A esto se suma la evangelización que hemos vivido de los diferentes nombres del azúcar para expresarlo en las listas de ingredientes, ya sea en formas químicas como la sacarosa, fructosa o glucosa (las famosas 'osas'), hasta jarabes de, siropes, etc. De esta evangelización tampoco se libraba la miel, donde se ha repetido hasta la saciedad que la miel es lo mismo que el azúcar, y que debemos tratarla de la misma manera.

Lejos de discutir si son 25 gramos al día el límite o no, lo que la Directiva de la OMS dejaba claro es que recomendaba no superar en más del 10% del valor calórica de nuestra dieta el consumo de azúcares libres. Entre los que encuentra la miel, o los zumos y jarabes de frutas. Pero ¿son todos los azúcares incluidos en este grupo iguales? ¿Tienen el mismo poder de hacernos enfermar?

Como todo en nutrición, nada es blanco, ni nada es negro. Parece que empiezan a aparecer investigaciones que hacen pensar que tenemos que investigar más caso por caso. Y una de las más recientes se centra en la miel.

Según un estudio publicado en Nutrition Reviews y realizado por investigadores de la Universidad de Torongo, el consumo de miel, según sus datos, podría mejorar los indicadores de salud cadiometabólica como los niveles de glucosa y colesterol en sangre.

Es verdad que no podemos decir que la miel sea estrictamente como la azúcar blanquilla, ya que aparte de azúcares, también contiene sales minerales, enzimas, vitaminas y proteínas. Aunque su cantidad no justifica un consumo sin control, tampoco es justo decir que son exactamente lo mismo.

Los autores hicieron una revisión de ensayos clínicos sobre este alimento y concluyen que podría (subrayo la palabra “podría”) ayudar a la reducción de la glucosa en sangre en ayunas, el colesterol total, el LDL colesterol y los triglicéridos, además de un marcador de hígado graso. Por el contrario, también concluyen que podría aumentar el colesterol HDL y algunos marcadores de inflamación.

¿Significa que podemos empezar a consumir azúcar como lo hemos hecho hasta hace años con el azúcar? No. No se debe olvidar que la miel, el 80% es azúcar. ¿Vale cualquier tipo de miel? Tampoco. Según los autores, los efectos estudios corresponden a la miel de robinia (o falsa acacia), trébol, y 'cruda', es decir, sin procesar. Además, los efectos se observan dentro de un patrón dietético saludable. Es decir, que los resultados también habría que ver si son consecuencia del consumo de la miel directamente, o que las personas estudiadas, además de consumir miel, llevaban una dieta saludable, y el efecto de su consumo se diluía.

De hecho, los propios autores advierten dentro de sus conclusiones que se requieren más estudios para aumentar la certeza de los datos que han encontrado, especialmente centrados en la fuente floral de la miel o el grado de procesamiento. ¿Qué quiere decir esto? Que parece que debemos pensar y hacer recomendaciones individualizadas para cada tipo de azúcar libre, pero que no nos da libertad absoluta para su consumo, ya que estos efectos están dentro de un estilo de vida saludable. De nada sirve consumir miel creyendo que vamos a disminuir el colesterol si por otro lado los fritos, por ejemplo, están presentes casi a diario en nuestros platos.