Toda una fantasía la cascada de noticias que nos llegan de quien fuera puesto durante décadas como ejemplo de honradez, saber estar, elegancia, compromiso, patriotismo y entrega. El faro y guía de la transición, el rompeolas de las Españas, el cabeza de familia ejemplar, el árbitro y moderador de las instituciones, no deja en estos últimos años de rodar por la pendiente del descrédito y la sospecha. Juan Carlos I es ahora mismo un bulto sospechoso acechado por negocios opacos, ejércitos de amigas entrañables, comisiones millonarias y una fortuna presuntamente oculta al fisco español. Todo ello investigado por la fiscalía del Tribunal Supremo por orden del fiscal general del Estado y la justicia suiza. Lo último en saberse, cosa del miércoles seguro ya superada, es que los 65 millones entregados de Juan Carlos I a su ya examiga Corinna Larsen son una donación sin retroceso e irrevocable. Es decir, no tiene vuelta atrás ni en el supuesto de la muerte de la receptora o el donante. El actual monarca Felipe VI y sus hermanas no podrían revocar de manera alguna la rumbosa "donación" real realizada por el emérito desde su cuenta suiza hasta otra de Corinna en Bahamas. Todo muy loco.

Los partidos de Estado, que antes nos insistían continuamente en la honradez del padre, cierran ahora filas en torno al hijo. La táctica de cortafuegos es cortar amarras con el emérito, hacer un ERE en la familia y dejarla reducida al mínimo núcleo familiar de padre, madre e hijas. Cuñados, abuelo, tías... han de ser amputadas para salvar la institución del incendio. Para algunos podría ser ya tarde, el fuego habría agarrado los reales tapices de palacio, subido por los cortinones del salón de baile y estar alimentándose con la colección relojera de los reales aposentos. Veremos.

Esta semana el presidente Sánchez calificó de "perturbadoras e inquietantes" las informaciones que se acumulan sobre Juan Carlos I y agradecía al actual rey que ponga distancia con su padre. Algo inédito en el habitual comportamiento de los diferentes gobiernos para con la casa real. Conocer que el rey emérito podría no haber pagado impuestos de su dinero en Suiza y que firmó personalmente el acta para la creación de una sociedad opaca ha sido demasiado para este gobierno. La grieta en el muro de contención de las acciones del anterior rey es gruesa y las alarmas no paran de ulular. Felipe VI no lo va tener fácil para pasar página de este embrollo sin que se levante aún más la pintura de una institución cada vez más cuestionada. Jamás antes desde el regreso de la democracia un Gobierno había criticado públicamente el comportamiento del rey. Ni cuando Urdangarin ni cuando la caída de Botsuana el Gobierno dejó entrever malestar alguno por los tejemanejes reales. Esa tradición no escrita ha pasado a la historia esta semana. El blindaje ha cedido al obús de un presunto regalo millonario de un rey absolutista que acaba en manos de una amiga sin pasar por caja.

El PP y Ciudadanos, antaño más papistas que el Papa, también marcan distancias con el emérito y cierran filas en el cordón sanitario con PSOE y VOX para proteger a Felipe VI. Hasta votan juntos para evitar comisiones de investigación en el Congreso sobre las dudosas actuaciones del Rey. Los que antes se reconocían "juancarlistas" están desaparecidos o han despertado felipistas sin digestión alguna. En Génova han pasado de ondear el reinado del padre a olvidarlo y defender con igual pasión el del hijo, sin explicar jamás el motivo por el que ahora ningunean una figura en la que tanto énfasis ponían antes. Nadie parece ya recordar aquel discurso de Juan Carlos I en 2011 durante un viaje a Suiza, ahora tan ingrata, "Un país que suscita gran simpatía entre los españoles y con el que me siento ligado por entrañables recuerdos familiares" reconocía el Borbón.

Ese mismo año, en navidad, Juan Carlos I recordaba que "necesitamos ejemplaridad. Sobre todo las personas con responsabilidad pública, tenemos el deber de observar un comportamiento ejemplar. Cualquier actuación censurable deberá ser juzgada y sancionada con arreglo a la ley. La justicia es igual para todos". Son palabras para reflexionar, cuando acabemos de madurar esa otra cuestión previa que ocupa ahora a tantos españoles: ¿de dónde saca 65 millones alguien cuyo sueldo es de 200.000 euros al año?