Ahorrar energía no siempre es tan sencillo como apagar luces o desenchufar aparatos. Algunas acciones realmente reducen el consumo energético, pero otras son mitos bienintencionados que apenas tienen impacto o incluso generan un efecto contrario.
Analizamos diez medidas (y mitos) sobre el ahorro energético:
Sustituir bombillas incandescentes por LED: ahorro real
Las bombillas incandescentes pierden entre un 90 % y un 95 % de la energía eléctrica en forma de radiación infrarroja y calor, convirtiendo en luz solo entre un 5 % y un 10 %, lo que explica por qué se calientan tanto. Por eso, aunque las incandescentes puedan parecer más luminosas, son extraordinariamente ineficientes frente a las bombillas LED, que convierten en luz visible entre 40 % y 50 % de la energía consumida. Además, las bombillas LED duran hasta 25 veces más, según la Agencia Internacional de Energía (IEA).
Veredicto: ahorro real y directo en la factura eléctrica doméstica.
Apagar completamente los aparatos en vez de dejarlos en 'stand by': ahorro real
El consumo fantasma representa hasta un 10 % del consumo doméstico total. En una vivienda media europea, apagar routers, televisores o cargadores cuando no se usan puede suponer un ahorro de 40–70 € al año.
Veredicto: ahorro real, aunque modesto, con impacto acumulativo.
Desenchufar el cargador del móvil cuando no se usa: mito
Un cargador enchufado sin teléfono apenas consume 0,01 W, según el Departamento de Energía de EE. UU. Habría que dejarlo conectado 100 años para gastar un solo euro.
Veredicto: mito. No contamina ni encarece la factura de forma significativa.
Usar el lavavajillas en lugar de fregar a mano: ahorro real (si se usa bien)
Un lavavajillas moderno, lleno y en modo eco, consume menos agua y energía que lavar a mano con agua caliente: unos 9 litros frente a 40–60 litros. Además, calentar agua es lo que más energía demanda en el hogar después de la calefacción.
El programa eco del lavavajillas dura más tiempo, por lo que parece contradictorio que sea el más eficiente, pero en realidad consume menos energía. La clave está en que la parte del proceso del lavavajillas que consume más energía es la de calentar el agua, no la del tiempo de funcionamiento. El modo eco calienta el agua a una temperatura más baja (unos 45–50 °C frente a los 60–70 °C de los ciclos normales) y usa menos litros, compensando con un lavado más largo. Dado que calentar el agua representa el 80 % del consumo energético del aparato, este modo puede reducir el gasto total de electricidad hasta un 40 %, según el IDEA (Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía).
Veredicto: ahorro real, siempre que se use a plena carga y con programas eficientes.
Cargar el móvil solo hasta el 80 % para ahorrar energía: mito
El calor acelera las reacciones químicas internas en las baterías de ion-litio, lo que provoca la degradación del electrolito y la formación de depósitos en los electrodos. Esto reduce la capacidad de carga y aumenta la resistencia interna, haciendo que la batería se descargue antes y se caliente aún más: un círculo de envejecimiento acelerado. Sin embargo, mantener el móvil al 80 % no alarga su vida si se expone al calor, por eso el consejo tiene una base técnica, pero está mal interpretado fuera del contexto térmico. Este consejo circula en redes como si también sirviese para ahorrar energía, pero en realidad, la energía que se 'ahorra' es insignificante (unos 0,01 kWh por carga).
Veredicto: mito con base técnica malinterpretada.
Bajar un grado la calefacción en invierno o subirlo en verano: ahorro real
En los hogares europeos, la calefacción y la climatización representan cerca del 50 % del consumo total de energía doméstica, según datos de Eurostat y del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE).
La calefacción es, con diferencia, la mayor fuente de gasto (alrededor del 41 %), mientras que el aire acondicionado ronda el 5–7 %, aunque su peso aumenta en climas cálidos y veranos más largos.
Además del consumo eléctrico, el aire acondicionado tiene otro impacto: emite gases refrigerantes de efecto invernadero (como los HFC), cuyo potencial de calentamiento global puede ser miles de veces superior al del CO₂ si se liberan a la atmósfera. Por eso su eficiencia energética y el control de fugas son tan importantes como su uso moderado.
Cada grado menos en la calefacción supone un ahorro del 7 % en consumo. Mantener la casa a 19–21 °C en invierno y 25–26 °C en verano es el equilibrio entre confort y eficiencia.
Veredicto: ahorro real y una de las medidas más efectivas.
Desenchufar la nevera por la noche o reducir su potencia: mito
El frigorífico es uno de los electrodomésticos que más energía consume en el hogar (30 % del total). Apagarlo o reducir su potencia hace que trabaje más para recuperar la temperatura, aumentando el gasto y comprometiendo la conservación de los alimentos.
La temperatura ideal para un frigorífico doméstico es de 4 °C (y –18 °C en el congelador). A esa temperatura los alimentos se conservan correctamente sin un consumo excesivo: cada grado por debajo de 4 °C aumenta el gasto eléctrico entre un 5 % y un 10 %, según el IDAE. También ayuda a mantener la eficiencia: evitar abrir la puerta con frecuencia, no introducir alimentos calientes y mantener limpios los respiraderos y la parte trasera del compresor. Así se logra el equilibrio entre seguridad alimentaria y ahorro energético.
Veredicto: mito peligroso. Nunca debe apagarse un frigorífico.
Lavar la ropa en frío y tender en lugar de usar secadora: ahorro real
Calentar el agua representa el 90 % del consumo energético de una lavadora, por lo que lavar a 30 °C en lugar de 60 °C puede reducir el gasto energético a la mitad. Evitar la secadora supone un ahorro adicional de entre 200 y 300 kWh al año (unos 50 € en la factura). Además, lavar en frío protege las fibras y los colores, prolongando la vida útil de las prendas. Y tender al aire libre, en lugar de usar secadora, reduce el desgaste del tejido y las microfisuras que liberan microplásticos. Mantener la ropa en buen estado más tiempo también es una forma de ahorro energético indirecto, porque la industria textil es una de las más intensivas en recursos y emisiones.
Veredicto: ahorro real, notable y con beneficios ambientales añadidos.
Cambiar a coche eléctrico: depende (ni mito ni verdad absoluta)
Mover un coche —sea de combustión o eléctrico— requiere energía. A igualdad de peso y potencia, el coche eléctrico es más eficiente: convierte en movimiento más del 70 % de la energía eléctrica, frente al 25 % de un motor de gasolina.
Sin embargo, de media un coche eléctrico pesa entre un 20 % y un 30 % más que su equivalente con motor de combustión. Esto se debe casi por completo al peso de la batería de ion-litio, que puede añadir entre 300 y 600 kg adicionales, según la capacidad (por ejemplo, una batería de 60 kWh pesa unos 400 kg).
La energía total necesaria para desplazar un coche del mismo peso y potencia es la misma, pero su huella ambiental depende del origen de la electricidad. En España, donde alrededor del 60 % de la energía eléctrica proviene de fuentes renovables, las emisiones de CO₂ por kilómetro recorrido son menores que las de un coche de combustión.
Pero el impacto no termina ahí. Los coches eléctricos son más pesados debido al tamaño y densidad de sus baterías, y ese peso extra aumenta el desgaste de neumáticos y frenos, generando más partículas en suspensión (PM₂.₅ y PM₁₀) que degradan la calidad del aire urbano. Además, la fabricación de las baterías implica la extracción intensiva de materiales como litio, cobalto o níquel, con un elevado coste ambiental y social en los países productores.
Por tanto, el coche eléctrico reduce las emisiones directas y mejora la eficiencia energética del transporte, pero no está exento de contradicciones.
Veredicto: eficiencia energética real, pero sostenibilidad relativa.
Apagar y encender las luces constantemente: mito
Encender una bombilla no gasta más que mantenerla encendida unos segundos. El consejo de 'no apagar si vas a volver enseguida' solo tenía sentido con los antiguos fluorescentes. Con LED, lo correcto es apagar siempre que no haya necesidad de luz.
Los fluorescentes tradicionales sí sufrían con cada encendido porque necesitaban un pico inicial de energía para ionizar el gas del tubo y estabilizar la descarga eléctrica; ese proceso exigía más tensión y generaba un desgaste del cebador y del filamento. Por eso se recomendaba no apagarlos si se iban a volver a encender en pocos minutos.
Las bombillas incandescentes, en cambio, no consumen más al encenderse, aunque su filamento se calienta bruscamente y eso acorta ligeramente su vida útil. En las LED, ni hay filamento ni sobreconsumo: pueden encenderse y apagarse sin afectar su eficiencia ni su duración.
Veredicto: mito desactualizado.
Lo que podemos hacer de verdad
Si queremos reducir de forma significativa el consumo energético doméstico, las medidas más efectivas son mejorar el aislamiento térmico de las viviendas —una reforma con materiales aislantes y ventanas de baja emisividad puede reducir la demanda de calefacción y refrigeración hasta un 60 %— y sustituir calderas de gas o gasóleo por bombas de calor eléctricas de alta eficiencia —su rendimiento (COP) puede superar el 300 %, es decir, producen tres veces más energía térmica de la que consumen en electricidad—.
Sin embargo, es importante señalar que el ahorro individual no basta. Las acciones individuales son valiosas por su efecto educativo y acumulativo, pero no cambian el balance energético global sin transformaciones estructurales. Las políticas públicas y las decisiones industriales tienen un impacto mucho mayor. En la industria, la electrificación de procesos (en siderurgia, química o cemento), el uso de hidrógeno verde y la digitalización de la eficiencia energética son pasos cruciales. En las ciudades, los edificios de consumo casi nulo, el fomento del transporte público y las redes inteligentes para gestionar la demanda energética marcan la diferencia. En el campo, estrategias como la carbono neutral 2050 del sector vacuno español muestran que incluso los sectores más señalados por su impacto pueden avanzar hacia la neutralidad climática con innovación y rigor científico.
Distinguir entre ahorro real y mito es esencial para no caer en el autoengaño ecológico. Ahorrar energía no siempre significa hacer menos cosas, sino hacerlas de forma más inteligente y siempre de acuerdo con la evidencia científica.