El 33% de los españoles compra alimentos con certificación ecológica al menos una vez al mes, según datos del Ministerio, de los cuales el 60% están dispuestos a pagar más por alimentos más respetuosos con el medio ambiente. Sin embargo, el sello ecológico no garantiza una reducción de la huella de carbono.
Es agotador descubrir constantemente que muchos de los esfuerzos que se hacen a título individual en materia de sostenibilidad o bien son erróneos, o bien son insignificantes. Por eso, para tomar las mejores decisiones y ser conscientes de hasta dónde llegan nuestras acciones y hasta dónde no, hay que tener en cuenta cómo se producen las principales emisiones de CO2. Para analizar hasta dónde llega la responsabilidad individual tomaremos como ejemplo algo tan cotidiano como el consumo de kiwis ecológicos.
Uno de los mitos más extendidos sobre agricultura ecológica es que no se utilizan pesticidas ni fertilizantes. Esto no es cierto. En la normativa europea por la que se regula el uso de fitosanitarios en agricultura se detallan las sustancias que se pueden emplear para controlar las plagas y favorecer la producción. Todas ellas también están aprobadas en agricultura convencional. Por citar algunos ejemplos, las sales de cobre como fungicidas, el sulfato de aluminio para prevenir la maduración de los plátanos, el permanganato potásico como bactericida, el espinosad como insecticida o el gas etileno para el desverdizado de plátanos y kiwis.
Esto se traduce en que, igual que en la agricultura convencional, la agricultura ecológica permite la maduración en cámara y el cultivo en invernadero. Son prácticas que no tienen nada de malo, al contrario, pero que muchos desconocen. De hecho, usar gas etileno con kiwis ecológicos significa que las frutas se recogen todavía verdes para luego madurarlas artificialmente en cámara. Aunque es un método muy seguro, es algo que muchos consumidores de ecológico no saben, creyendo que lo que consumen ha madurado en la planta y que por eso contendrá mayor concentración de nutrientes. El sello ecológico no implica que el alimento sea más nutritivo.
Tampoco los fitosanitarios permitidos en ecológica son más benevolentes con el medio ambiente. Por ejemplo, es sabido que el insecticida espinosad es tóxico para las abejas. Otro ejemplo lo encontramos en las sales de cobre. El reglamento ecológico permite usar cobre en forma de hidróxido de cobre, oxicloruro de cobre, sulfato de cobre tribásico, óxido cuproso u octanoato de cobre, siempre que esta cantidad no supere los 6 kg por hectárea y año. El cobre no es biodegradable y se infiltra en el terreno, acabando en los acuíferos o acumulándose en el suelo hasta dejarlo inservible. La agricultura, sea ecológica o tradicional, es agresiva con el medio ambiente. Es cierto que su impacto se puede suavizar, pero para ello hay que hacer uso del conocimiento científico.
Además del impacto propio de la agricultura, el factor que preocupa más es el relativo al cambio climático. El principal gas de efecto invernadero implicado en el cambio climático es el CO2. Según los datos del Ministerio, el 12% de la emisiones de CO2 provienen de las actividades agrícolas, donde el 33% deriva de la agricultura. Estos datos no tienen en cuenta el transporte de los alimentos, sino solo lo relativo a su producción. Aquí es donde el tema tiene su miga.
El 75% de las emisiones de CO2 proceden del sector energético, donde el 27% derivan del transporte. Este dato nos indica que con respecto al cambio climático es más importante de dónde viene el alimento que cómo se cultiva. Si un kiwi ecológico se cultiva en Nueva Zelanda, y luego recorre casi 20.000 km para que pueda ser consumido en España, de poco o nada sirve que el método de producción haya sido más o menos respetuoso con el medio ambiente. Tanto es así que, en el ciclo de vida de un kiwi el 44% de las emisiones de CO2 son relativas a su transporte.
Este es otro de los datos que algunos consumidores de ecológico desconocen: el sello ecológico no implica que el alimento sea de cercanía. De hecho, la certificación ecológica se concede en origen, independientemente del viaje que luego emprenda el alimento. Por eso los kiwis ecológicos pueden venir de Italia o de Nueva Zelanda, porque el sello ecológico no contempla algo tan elemental como la huella de carbono producida por el transporte.
Imagen: emisiones de carbono en las etapas clave del ciclo de vida de un kiwi
La variedad de kiwi que más se consume en España y en el mundo es la Actinidia deliciosa, el kiwi verde tradicional. Galicia es la región con la mayor producción de kiwis de España. Algunos de estos kiwis cuentan con la certificación ecológica y otros no. Independientemente del sello ecológico, el impacto medioambiental del kiwi gallego es menor que el de cualquier kiwi que provenga de Italia o de Nueva Zelanda, que son las regiones de procedencia más frecuentes. La razón última es la cercanía. Si el alimento se produce y se consume en el mismo lugar, la huella de carbono será menor, tenga o no certificado ecológico.
La certificación ecológica supone para los consumidores pagar un sobrecoste que no implica un menor daño sobre el medioambiente. Mientras el sello ecológico no contemple la huella de carbono debida al transporte, puede considerarse un reclamo tramposo.
Otro dato para tener en cuenta es que el sobrecoste de la certificación ecológica se debe en parte al pago del sello ecológico y en parte a la menor productividad. La certificación consiste en pasar auditorías periódicas, normalmente anuales, que corroboran que los cultivos se adecúan a la normativa ecológica. En España depende de las comunidades autónomas, trece de las cuales han optado por la certificación pública, dos con formato mixto público-privado, y otras dos, Andalucía y Castilla La Mancha, han apostado por la certificación privada. No se audita el impacto medioambiental, sino el cumplimiento de una normativa.
Los cultivos ecológicos tienen un rendimiento menor, producen solo el 60-80% del alimento que se obtendría con la forma de cultivo convencional equivalente. Esa es otra de las razones por las que se produce un sobrecoste que no todas las clases sociales pueden permitirse. La menor productividad es el principal motivo por el que los países en vías de desarrollo no apuestan por la agricultura ecológica.
Aumento de agricultura ecológica de 2005 a 2015. Imagen: worldmapper.org
Muchas de las actitudes individuales que se toman para mitigar el cambio climático apenas tienen repercusión por la misma causa: se tiende a poner el foco en lo que podemos controlar en nuestro día a día, desviando la atención de lo importante.
Esto que ocurre con el kiwi ecológico sirve para ilustrar lo que ocurre con todo lo demás. Al individuo se le culpabiliza y responsabiliza del cambio climático, y constantemente se le dice que todo lo que hace por el planeta en el fondo está mal. No es que esté todo mal, es que en realidad es indiferente, lo que resulta todavía más perverso. Si el 75% de las emisiones de CO2 provienen del sector energético, hasta que no se cambie el modelo energético la responsabilidad individual será mínima. Sin un plan estratégico global concreto y ambicioso, el menor de los problemas con respecto al cambio climático serán los kiwis que compras.