Con el edificio todavía en llamas y la mitad del país pegado al televisor rezando para que los bomberos lograsen rescatar a la pareja del balcón, un material se convertía en tendencia en las redes sociales: poliuretano. Algunos expertos, ingenieros y arquitectos, barajaban la hipótesis de que un aislante de poliuretano fuese la causa de la veloz propagación del fuego por la fachada. Esa conjetura enseguida fue compartida como si fuese un dato contrastado. No lo era en absoluto. En unas horas se estaba repitiendo en todos los medios de comunicación que el poliuretano es un material 'inflamable', que arde 'como gasolina', que es 'como una cerilla'. Nada de eso era cierto, pero la desinformación se repetía en todas partes. La gente empezó a preocuparse por si el aislamiento de sus fachadas podía arder como el edificio de Valencia. La palabra SATE, uno de los sistemas de aislamiento térmico más populares en la actualidad, también se había convertido en tendencia en las redes sociales. Al día siguiente, con las imágenes de la fachada todavía humeante y el aislante a la vista cubierto de hollín, la palabra de moda era lana de roca. La gente se pregunta ahora de qué están hechas sus casas, si sus paredes son inflamables.

Combustible e inflamable se usan coloquialmente como sinónimos. Sin embargo no significan exactamente lo mismo. Un material combustible es aquel capaz de calcinarse o arder, mientras que un material inflamable arde rápidamente y con facilidad formando llamas, a temperatura ambiente o con solo frotarlo. Un tronco de madera es combustible, la gasolina es inflamable.

Existe una clasificación oficial de los materiales con respecto a su comportamiento frente al fuego. Se denomina 'euroclase' y va desde la A a la E, siendo la A que no contribuye al fuego y la E que tiene una contribución alta al fuego. La normativa que regula los materiales de construcción –que ha cambiado mucho desde que se construyó el edificio de Valencia– tiene en consideración la euroclase de los materiales para prevenir el riesgo de incendio.

El poliuretano (PU) no es un único material, sino que es una familia de materiales. Hay muchos objetos de poliuretano a nuestro alrededor. Por ejemplo, el cuero vegano –también llamado polipiel o piel sintética– es en el 99% de los casos de poliuretano. Todos los poliuretanos se fabrican a partir de diisocianatos y polioles para obtener polímeros cuya unidad fundamental es el uretano. Como hay diferentes tipos de diisocianatos y de polioles, también hay poliuretanos diferentes entre sí, con comportamientos muy diferentes frente al fuego. Así que no todos los poliuretanos son inflamables –tal y como se ha repetido hasta el hartazgo–, ni siquiera son combustibles, de hecho, existen poliuretanos aditivados no inflamables, con categoría de euroclase B, con una contribución muy limitada al fuego.

Hay poliuretanos flexibles, como las espumas que se usan en colchones y sofás, y poliuretanos rígidos, que son los que se usan en aislamientos. Todos arden de forma muy diferente, producen diferente tipo y cantidad de humo, y no todos producen goteo al arder. Todas estas variables se estudian y se certifican para cada tipo de poliuretano y sistema de aislamiento por separado, tratándolos como materiales diferentes. Por eso no es correcto generalizar.

Como aislantes de fachadas se suelen usar poliuretanos rígidos en espuma (RPUF). Los más famosos son el PIR y el PUR, con diferentes densidades y tamaños de burbuja. En la actualidad suelen formularse con retardadores de llama y contenidos en paneles tipo sándwich, revestidos de otros materiales, habitualmente metales como el aluminio o el acero. Estos paneles se suelen usar para poner fachadas ventiladas. Sin embargo, no todos los paneles que hay en el mercado se fabrican con poliuretano, sino que en su interior pueden contener otros materiales como polietileno, poliestireno o lana de roca.

La lana de roca es un material que se fabrica a partir basalto, que es una roca ígnea. Se forma cuando el magma se enfría, por eso entra dentro de la categoría de rocas volcánicas. Para fabricar lana de roca se emula el proceso natural de conversión de la roca en magma. La roca se calienta en un horno por encima de los 1500 ºC hasta fundirla. Una vez fundida se vierte en unos rodamientos que por fuerza centrífuga la transforman en fibras. Esas fibras se comprimen y se adhieren entre sí, generalmente añadiendo un 2% de algún ligante (bentonita o un aglutinante orgánico) y dejándola curar hasta que toma la forma deseada.

La lana de roca se comercializa en forma de mortero y, sobre todo, de paneles esponjosos. Entre las fibras se acumula aire, lo que hace que tenga unas excelentes propiedades como aislante térmico y acústico. En construcción se usa para recubrir paredes y fachadas, cumpliendo funciones similares a otros aislantes de construcción como el poliuretano, el polietileno o el poliestireno. Encima de los paneles de lana de roca se coloca otro material que embellece y protege la superficie del edificio (metal, cerámica, mortero, composites…).

Otra de las cualidades de la lana de roca es que es un material no combustible. La mayoría de las lanas de roca pertenecen a la euroclase A1: sin contribución al fuego. Así que la lana de roca no es ni combustible ni inflamable, de hecho se suele emplear como protección pasiva contra incendios.

Cuando se habla de fachadas ventiladas no se está hablando de un tipo de material, sino de un sistema constructivo. Lo mismo ocurre con el SATE, que no es un material, sino las siglas de Sistema de Aislamiento Térmico Exterior. Hay diferentes materiales con los que se puede fabricar SATE. Estos sistemas proporcionan un excelente aislamiento térmico, acústico y frente a la humedad, por lo que contribuyen a reducir el gasto energético en aire acondicionado y calefacción.

Así que tener esta clase de recubrimientos en la fachada no significa que haya mayor riesgo de incendio en la vivienda. Por eso la información, además de ser veraz, hay que compartirla con prudencia, de lo contrario se acaba generando una alarma innecesaria. Y ya se sabe lo que ocurre con la desinformación y el miedo, que algunos la acaban convirtiendo en normativas para apaciguar a la opinión pública aunque vayan contra el consenso científico.