Ahora mismo los focos apuntan a las vacunas. Hace unos meses los protagonistas eran los tratamientos, como ocurrió con la hidroxicloroquina o el Remdesivir. Hace unas semanas se hablaba más de los sistemas de rastreo y el Radar COVID. La semana próxima se hablará de los test rápidos de autodiagnóstico.

Todas las soluciones se han presentado en algún momento como la solución definitiva, pero la realidad es que seguimos barajándolas todas, con sus altos y sus bajos. Lo más prometedor, y también lo más probable, es que haya varias soluciones que convivan. No sé si algún día la vida llegará a ser como antes, pero gracias a la ciencia y a la tecnología es posible que sea mejor que lo que tenemos ahora.

Vacunas

La evolución de los ensayos clínicos en vacunas se está retransmitiendo como un partido, minuto y resultado. Esto provoca que se pase del desasosiego a la euforia en cuestión de días. Es lo que ocurrió la semana pasada con la famosa vacuna de Oxford y Astra Zeneca. Los ensayos clínicos en fase III se paralizaron ante una contingencia, y es que uno de los participantes presentó un cuadro de mielitis transversa. Cuando algo así ocurre en un ensayo clínico hay que parar. En ese parón se recopilan todos los datos, tanto del estudio como del historial clínico del participante, para averiguar si ese efecto adverso fue causado por la vacuna o por otro motivo. Al fin y al cabo, los participantes siguen con sus vidas y tienen historiales médicos muy diversos.

Esto es algo frecuente en los ensayos clínicos. Si algo no encaja, se para hasta que todo se aclare. Ante todo hay que garantizar la seguridad del fármaco que se está estudiando y precisar cuáles serán sus riesgos y sus beneficios.

Como nunca antes se había hecho un seguimiento mediático tan exhaustivo de un fármaco, ni el resultado afectaba tanto y con tanta urgencia al «primer mundo», ni se habían dado fechas tan concretas -«la vacuna la tendremos en diciembre», ja- la noticia cayó como un jarro de agua fría. Me vi en la tesitura de tener que calmar los ánimos, igual que han hecho otros científicos y comunicadores. Esto no es nada nuevo ni preocupante. Por eso es imprudente prometer fechas, porque estos parones son frecuentes en los ensayos clínicos. Puede que esta vacuna acabe llegando a buen puerto, pero también puede que no. Hay que ser transparentes con esto, porque todavía no lo sabemos. Y si al final las agendas no se cumplen, la pérdida de confianza no sólo afectará a los políticos, sino también a la ciencia, que es lo que realmente me preocupa.

La lectura que debemos sacar de todo esto es que los ensayos clínicos se están haciendo bien, con independencia de agendas políticas e intereses económicos. Si hay que parar para analizar un posible efecto adverso, se para y punto. Así funciona la ciencia, con cautela.

Para evaluar la eficacia y la seguridad de una vacuna, el estudio se divide en diferentes fases. La primera es la fase preclínica, que consiste en probarla en cultivos celulares (in vitro) y posteriormente en animales. Una vez superado el ensayo preclínico entran en ensayo clínico, es decir, se empiezan a probar en personas. Normalmente son participantes voluntarios. A su vez se divide en tres fases. La fase I evalúa la seguridad de la vacuna en grupos reducidos de personas sanas. La fase II evalúa principalmente la eficacia de la vacuna sobre cientos de personas. Esto se hace determinando si producen respuesta inmune. La fase III es la prueba de fuego, ya que se mide de forma definitiva tanto la seguridad como la eficacia de la vacuna en grupos de cientos o miles de personas. Estas fases están reguladas por las principales autoridades sanitarias (normas de la EMA, la OMS y la FDA), que serán los agentes últimos en aprobar la comercialización y administración de la vacuna.

Estos ensayos normalmente se realizan por el «método doble ciego». Consiste en que a algunos participantes se les administra la vacuna de estudio y a otros un placebo (en algunos casos el «grupo control» en lugar de placebo toma otro fármaco perfectamente definido). Ni los participantes ni los científicos que participan en el estudio saben qué se está administrando en cada caso, para no condicionar los resultados.

En la actualidad tenemos nueve vacunas en fase III. Subrayo esto porque da la impresión de que solo existe la de Oxford y Astra Zeneca y no es así. Hay 9 vacunas en fase III, como la de Janssen, Sinovac, Sinopharm, Moderna o Pfizer, por citar algunas de conocidos laboratorios farmacéuticos. Todas ellas son diferentes y se fundamentan en estrategias distintas, como las de virus inactivado, vector viral no replicante, o basadas en ARN. Hablé de todas ellas en esta columna que escribí en julio.

Lo que hacen las vacunas es entrenar al sistema inmunitario para que este sepa defenderse del virus desde el primer momento, antes de que pueda causar la enfermedad. En julio teníamos un ciento de vacunas en estudio, ninguna en una fase tan avanzada. Ahora tenemos 145 en fase preclínica y 35 en fase clínica, de las cuales 9 están en la última fase. Así que la situación es prometedora.

Si las vacunas logran ser suficientemente eficaces sí serían una solución a esta pandemia. Las vacunas actúan de forma preventiva, protegiendo de la enfermedad. Todavía no sabemos qué eficacia tendrán, si necesitaremos varias dosis, si habrá varias vacunas a la vez y cómo se van a administrar y distribuir. Por prudencia y transparencia, debo decir que aunque soy optimista todavía no hay nada seguro.

Tratamientos

Además de las vacunas, hay otras soluciones posibles. Los estudios sobre tratamientos de la enfermedad COVID-19 también siguen adelante. Actualmente se están utilizando esteroides como la dexametasona y antivirales como el Remdesivir, con resultados significativos aunque limitados. Se ha descartado la utilidad de la hidroxicloroquina, la cloroquina, el lopinavir y el ritonavir, y se continúa estudiando el uso de plasma de convalecientes y varios antivirales. Si un tratamiento lograse ser lo suficientemente efectivo y seguro, tendríamos otra solución a la pandemia.

Sistemas de rastreo

Además de vacunas y tratamientos, algo que podría cambiar nuestras vidas es un buen sistema de rastreo. Si se logran detectar, contener y aislar los casos, al menos las vidas de los no afectados podría continuar con cierta normalidad. Para eso se ha de contar con un potente equipo de rastreadores, con la capacidad de hacer los test que fuesen necesarios, y con la tecnología adecuada. Para esto último en España contamos con la aplicación Radar COVID, que va recopilando los contactos recientes, respeta la privacidad de los usuarios, nos avisará cuando hayamos tenido un contacto de riesgo y nos dará las pautas a seguir. La aplicación aún no está a pleno funcionamiento en todas las comunidades autónomas, pero aconsejo que todo el mundo la descargue cuanto antes para que esta pueda ir creando la agenda de contactos. Se estima que si más del 20% de la población se instala el Radar COVID se puede reducir un 30% la letalidad. Estás a un par de clics de poder salvar a una de cada tres personas que podrían fallecer en los próximos meses.

Test rápidos y test de autodiagnóstico

En la actualidad hay otras posibles soluciones muy prometedoras: los test de autodiagnóstico. ¿Te imaginas poder comprar un test en una farmacia, que fuese tan barato, rápido y fácil de usar como un test de embarazo? Todavía no existe algo así en el mercado, pero sí están en desarrollo.

Lo que tenemos en la actualidad no es tan fantástico, pero sí puede cambiar la deriva de la pandemia: test rápidos y baratos. Deben ser manejados por sanitarios, pero el coste de cada prueba no supera los 15 €. Por ejemplo, el test rápido de anticuerpos de los laboratorios Roche, a 12 euros el test, o el test de antígenos de los laboratorios Abbott, a 5 dólares el test. De momento no son test de autodiagnóstico y la AEMPS ya ha recalcado que todos los test que hay actualmente en el mercado deben ser manejados por sanitarios, así que no se pueden vender en farmacias ni se deben adquirir irregularmente por Internet para uso particular.

La lectura positiva es que ya existen test baratos, rápidos y fiables. Y es posible que pronto tengamos test de autodiagnóstico que podamos comparar en las farmacias y manejar nosotros mismos. El virus seguiría circulando por ahí, pero podríamos controlar su expansión y seguir con nuestras vidas. Sueño con la posibilidad de bajar a la farmacia, hacerme un test de autodiagnóstico y por fin abrazar a mis padres. Llevo sin hacerlo desde marzo.