¿Puede un desodorante causar cáncer? La pregunta parece descabellada, pero ha calado tanto que todavía hoy hay quien la formula con preocupación. El miedo al cáncer convierte en creíble cualquier relato que prometa señalar culpables. Lo cierto es que, tras más de dos décadas de estudios, no existe ninguna prueba que relacione el uso de desodorantes con sales de aluminio con una mayor incidencia de cáncer de mama. Organismos como la Asociación Española Contra el Cáncer, la OMS o la FDA son claros: el aluminio de los cosméticos no es un carcinógeno.

Los desodorantes con aluminio son una herramienta de salud contra el exceso de sudoración y el mal olor corporal que sufren algunas personas. Ningún ingrediente utilizado para formular cosméticos y productos sanitarios es sospechoso de causar cáncer de mama. Es la desinformación y el mercado del miedo los que están causando un verdadero problema de salud pública.

El origen del bulo

En el año 2000 se publicó un artículo en Journal of the National Cancer Institute titulado "¿Los rumores pueden causar cáncer?" en el que se explica que el rumor de que los desodorantes causan cáncer de mama se extendió hace más de 18 años vía email. En aquellos mensajes se aseguraba que las sales de aluminio, al bloquear las glándulas sudoríparas, impedían la expulsión de “toxinas” que se acumulaban en los ganglios linfáticos axilares, provocando mutaciones celulares. El rumor tenía la apariencia de una explicación científica, pero no había ni un solo dato que lo respaldase. Pese a ello, prendió con fuerza.

¿Por qué huele el sudor?

Para entender cómo funcionan los desodorantes, conviene primero entender al sudor. Nuestro cuerpo produce dos tipos principales: sudor ecrino y sudor apocrino. El sudor ecrino es segregado por glándulas repartidas por casi todo el cuerpo y está compuesto básicamente por agua y sales minerales. Su función es termorreguladora: enfriar la piel cuando la temperatura sube. Este sudor apenas tiene olor. En cambio, el sudor apocrino se localiza en axilas, ingles y pubis, y comienza a activarse en la pubertad. Contiene agua, lípidos, ésteres y azúcares. En sí mismo tampoco huele, pero sí constituye un festín para los microorganismos de la microbiota cutánea.

El olor corporal aparece cuando los microbios de la piel degradan los compuestos orgánicos del sudor apocrino y liberan ácidos grasos de cadena corta, compuestos azufrados y nitrogenados. El resultado es el característico mal olor. Por eso el sudor huele más en las axilas: son zonas húmedas, cálidas y poco aireadas, un hábitat perfecto para los microbios.

El único vínculo real entre el cáncer y el aluminio: la mamografía

Lo que sí existe es una relación muy distinta —y mucho menos alarmante— entre el aluminio de los desodorantes y las pruebas de cribado de cáncer de mama. Las sales de aluminio son opacas a los rayos X, por lo que en una mamografía pueden aparecer como manchas blancas en la imagen. Esas manchas pueden confundirse con microcalcificaciones, un signo que los radiólogos analizan con cuidado porque en algunos casos puede estar asociado a un tumor. De ahí la recomendación médica de acudir a la mamografía sin desodorante, sin crema ni perfume: no porque incrementen el riesgo de cáncer, sino para evitar falsos positivos que obliguen a repetir la prueba y provoquen un susto innecesario.

¿Cómo funcionan los desodorantes?

Para combatir el sudor y su olor existen tres estrategias cosméticas: desodorantes propiamente dichos, antitranspirantes y agentes antimicrobianos. Los desodorantes se limitan a enmascarar el olor con perfumes o aceites esenciales. Los antitranspirantes contienen sales de aluminio, como el clorhidrato de aluminio, el sesquiclorhidrato de aluminio o el tetraclorohidroxiglicinato de aluminio y zirconio. Estas sales, al hidratarse, liberan iones de aluminio que penetran en los conductos sudoríparos y los bloquean temporalmente. Esto produce una reducción significativa de la transpiración que puede prolongarse durante horas o incluso días. Su eficacia depende del tamaño de partícula, de la solubilidad de la sal de aluminio y de los vehículos cosméticos que las acompañan, como los alcoholes cetílicos. Una variante muy popular es el mineral de alumbre, que suele venderse como alternativa "natural" a los antitranspirantes. Sin embargo, el alumbre no es un mineral extraído tal cual de la naturaleza, sino una sal sintética de aluminio —sulfato doble de aluminio y potasio—, por lo que su mecanismo de acción es, en esencia, el mismo.

La tercera estrategia para combatir el mal olor son los agentes antimicrobianos que regulan la microbiota. Una línea de investigación emergente apunta a que los problemas de olor corporal intenso podrían deberse a desequilibrios microbianos —una disbiosis cutánea— más que a la cantidad de sudor en sí. Algunos compuestos, como la plata o el óxido de zinc, actúan sobre la microbiota de la piel, modulándola hacia un estado de equilibrio y reduciendo así la producción de compuestos malolientes.

¿El aluminio se acumula en el cuerpo?

Otra de las preocupaciones vinculadas al uso de desodorantes es que el aluminio se absorba por la piel y se acumule en el organismo. Pero la ciencia muestra otra cosa: la absorción cutánea es mínima, en torno al 0,012%. Es decir, de todo el aluminio que entra en contacto con nuestra piel, apenas una fracción microscópica logra atravesarla. La principal vía por la que ingerimos aluminio es, de hecho, la dieta. Y en esas cantidades, tampoco supone un riesgo sanitario. La absorción de aluminio por el intestino apenas supone un 1 %, y el poco aluminio que entra al torrente sanguíneo circula unido a proteínas como la transferrina, y se excreta principalmente por la orina. Así que, en personas sanas, el aluminio no se acumula. Solo en situaciones muy específicas —como insuficiencia renal grave o exposición médica a compuestos de aluminio (por ejemplo, ciertos antiácidos o sales usadas antiguamente en diálisis)— puede haber acumulación patológica.