Cada incendio es una tragedia para los ecosistemas, pero también una llamada de atención para comprender mejor cómo funciona el fuego y cómo podemos prevenirlo con ciencia, con gestión del territorio y, sobre todo, con conocimiento del medio rural.
¿Qué es el fuego desde la química?
El fuego no es una sustancia, sino un proceso químico: es el resultado de una reacción de combustión. Para que exista combustión hacen falta tres elementos: un combustible (algo que pueda arder), un comburente (normalmente oxígeno) y una fuente de calor que inicie la reacción. Esta combinación forma lo que se conoce como el triángulo del fuego. Si falta cualquiera de los tres elementos, no hay incendio.
Sin embargo, para que un fuego se mantenga y se propague tal y como sucede en los incendios forestales, hay un cuarto elemento igual de importante: la reacción en cadena. Las altas temperaturas generan gases combustibles que provocan que el fuego se autoalimente. Se produce una reacción auto mantenida, como un efecto dominó, por eso en lugar de triángulo se habla del tetraedro del fuego.
¿Cómo se apaga un fuego?
Lo que hay que hacer para extinguir un fuego es romper el tetraedro del fuego retirando uno de los cuatro componentes que lo conforman:
El método de eliminación consiste en retirar el combustible, lo que en el monte equivaldría a un cortafuegos y en un incendio doméstico a cerrar la llave de paso del gas.
El método de enfriamiento consiste en disminuir el calor. El agua es la mejor sustancia de extinción por enfriamiento porque necesita gran cantidad de calor para aumentar su temperatura y para evaporarse.
El método de inhibición consiste en cortar la reacción en cadena. Se proyecta sobre la base de las llamas alguna sustancia que separe físicamente esos radicales y que además reaccionen con ellos. Así es como actúan los polvos que llevan los extintores portátiles BC y ABC (compuestos por sales de fosfatos, bicarbonatos y otros).
El método de sofocación consiste en eliminar el oxígeno. Esto se consigue desplazando el aire que rodea el incendio. Esto es lo que hacen los extintores de CO2, ya que este gas pesa más que el aire y lo sustituye al proyectarlo sobre la base de las llamas. En un incendio forestal el método de sofocación consiste en desplazar el aire golpeando las llamas con batefuegos o con ramas. Este mismo efecto es el que se consigue con los extintores de espuma, o con algo tan simple como enterrar el fuego con arena. En un incendio doméstico, por ejemplo, una sartén con aceite ardiendo, el método de sofocación consistiría en colocar una tapadera encima del fuego, una manta ignífuga o un trapo mojado.
Cómo se previene un incendio forestal
Los incendios no se apagan en verano, sino en invierno. Cortafuegos, quemas controladas, desbroces, vigilancia… todas son medidas preventivas clave. Pero hay una que suele olvidarse: la ganadería y la agricultura.
La desaparición del pastoreo, el abandono de tierras agrícolas, el cierre de caminos y la despoblación del medio rural generan un escenario perfecto para que los incendios se propaguen sin control. El ganado, al pastar, elimina biomasa vegetal que podría actuar como combustible. El pastoreo extensivo es, por tanto, una herramienta ecológica de primer orden para prevenir incendios. Y lo mismo puede decirse del laboreo agrícola.
El abandono rural es uno de los principales factores asociados al aumento del riesgo de incendios. La agricultura y la ganadería son sinónimos de sostenibilidad: cuidar el rural es cuidar el medioambiente.
Las cenizas son el fuego tras el fuego
Lo que queda del incendio afecta a lo vivo incluso después de que se hayan apagado las llamas. La explicación de este fenómeno está en la química.
Cuando llegan las primeras lluvias —como ha sucedido este año en agosto—, se produce un fenómeno llamado escorrentía. Las cenizas y los materiales arrastrados por el agua pueden saturar los cauces fluviales, alterar el pH del suelo y reducir su capacidad de absorción. Esto puede causar inundaciones, corrimientos de tierra y pérdida de nutrientes esenciales.
Desde el punto de vista químico, las cenizas son residuos sólidos de una combustión incompleta. Están compuestas por óxidos, carbonatos y nitratos de metales como el potasio, el calcio y el magnesio. Es una mezcla de sustancias alcalinas —la lejía o el bicarbonato son sustancias alcalinas— que, en contacto con el agua tienden a elevar el pH del entorno.
Esto provoca problemas serios en el suelo y en la vegetación. Muchas plantas nativas dejan de poder absorber nutrientes esenciales como nitrógeno, fósforo o
hierro. Además, la alcalinidad puede dañar directamente las raíces o impedir la germinación de nuevas plantas. Solo algunas especies pioneras —las llamadas "plantas nitrófilas" o "calcícolas"— resisten esos suelos básicos. Esto altera la biodiversidad y retrasa la recuperación del ecosistema.
Si las cenizas son arrastradas por la lluvia hasta los ríos o acuíferos, el agua se alcaliniza. Muchas especies de peces y anfibios tienen un rango muy estrecho de tolerancia al pH. Una subida significativa puede provocar la muerte masiva de alevines y anfibios. Además, al aumentar el pH, algunos metales pesados que estaban fijados en los sedimentos pueden solubilizarse y quedar disponibles, lo que añade toxicidad al agua.
Los animales que beben de charcas contaminadas pueden sufrir alteraciones gastrointestinales o deshidratación. Además, la pérdida de vegetación por efecto de las cenizas disminuye la cobertura y el alimento, desplazando o matando a muchas especies locales.
El fuego se apaga y se previene con conocimiento aplicado
Quienes trabajan la tierra y el monte no necesitan saber qué es un carbonato, ni una reacción en cadena, para saber que el monte bien cuidado no arde con facilidad. Pero desde la ciencia, tenemos el deber de explicar por qué eso que funciona, funciona.
Los incendios se combaten desde el terreno, pero también desde la sabiduría rural, la ingeniería forestal, la química... Desde la prevención hasta la gestión post-incendio, todas las formas de conocimiento suman.