Cuando pensabas que nada podía provocar más desazón que las campañas electorales como máximo exponente del esperpento, llega el tiempo de los pactos. O de los no pactos, mejor dicho. La sociedad, a través del voto, ha demostrado que no tiene miedo a la mezcla entre distintos. De hecho, todo parece indicar que las mayorías absolutas han pasado a ser una pieza más del Museo Arqueológico Nacional.

Sin embargo, parece que algunos políticos no están a la altura de lo que se les requiere. Por ejemplo, Ciudadanos. Durante mucho tiempo, especialmente justo después de su irrupción con fuerza en el panorama nacional, lo que caracterizó a Albert Rivera fue su capacidad para hablar con todos.

Tan pronto pactaba con Pedro Sánchez, como firmaba un acuerdo con Mariano Rajoy. Tan pronto apoyaba al PSOE en Andalucía, como sostenía al PP en la Comunidad de Madrid. Muchos le criticaban, pero era un elemento diferenciador con respecto al resto de partidos. Es más, Rivera todo lo hacía alegando que lo suyo era sentido de Estado. En los últimos tiempos, sin embargo, decidió vetar a los socialistas; un trato más parecido al que suele recibir la izquierda abertzale que a cualquier planteamiento basado en el sentido común.

A Ciudadanos le fue bien electoralmente renegando de Sánchez. Y claro, los votantes socialistas, ante semejante desplante, gritan ahora "¡Con Rivera, no!". Por otra parte, la formación naranja no quiere hacerse la foto con Santiago Abascal, a pesar de que sin él, los números por la derecha no dan en muchos ayuntamientos y Comunidades Autónomas. Todo con VOX, pero sin VOX, como en Andalucía.

Lo malo de los vetos es que al final, la realidad te lleva a algo tan incómodo como tener que incumplir tu palabra: a diestra o a siniestra. Algo parecido le está ocurriendo al Partido Popular. Como en estos momentos no saben quiénes son ni a dónde van, un día le ofrecen ministerios a VOX y al otro le tachan de partido de ultraderecha. Además, Pablo Casado no se siente con Santiago Abascal tan mal como algunos de sus barones. A ver cómo se gestiona eso.

Y tampoco se salvan Podemos y sus confluencias. Ahora estamos viendo en Barcelona las dificultades que conlleva a la hora de la verdad la ambigüedad en temas mollares. En este asunto de los pactos, ni siquiera se salva el PSOE. Los socialistas navarros tienen que elegir entre permitir el gobierno de la derecha que ha ganado las autonómicas o intentar liderar una alternativa a cinco bandas, pactando incluso con Bildu. Ellos sabrán.

En general, nunca he entendido la existencia de tantísimos reparos a la hora de facilitar la investidura del contrario. Eso sí: una vez en el poder, lo lógico es que la oposición le obligue a negociar todas y cada una de sus propuestas. También así se pueden jugar las cartas manteniendo tus principios. A mí me gustaría ver menos prejuicios, menos complejos, menos vetos y más política.