Los políticos, en general, detestan el abucheo. La tendencia habitual es a exagerar el victimismo y los perjuicios que conlleva la protesta o a menospreciar al que discrepa subrayando su intolerancia, su ignorancia o su sectarismo. En España, tenemos con respecto a eso cierta inmadurez. A nuestra clase política le faltan naturalidad y aguante. Los representantes públicos tienen que asumir que es imposible contentar a todos y que siempre merece la pena escuchar a la calle porque a veces, solo a veces, la gente puede tener razón. Algunos de los ejemplos más recientes son, por ejemplo, el de Ada Colau. La alcaldesa de Barcelona recibió con lágrimas los abucheos e insultos en la Plaza de Sant Jaume el día de su toma de posesión. Que conste que a mí esas situaciones me parecen un trago dificilísimo, pero ella ha sido activista, sabe que esas cosas pasan. Los gritos impresionan mucho. Sin embargo, conviene no asustarse pensando que todo el mundo te odia. No es todo el mundo. Son los que están.

Hay otro tipo de reacción ante el abucheo, que consiste en insultar al que protesta. Por ejemplo, el que protagonizó la Secretaria de Estado de Comunicación con Rajoy. Hace poco más de un año, los pensionistas recibieron con protestas al entonces Presidente en Alicante. Carmen Martínez Castro masculló: "¡Qué ganas de hacerles un corte de mangas de cojones y decirles 'os jodéis'!". Esta frase contiene todo lo que no conviene: prepotencia, falta de empatía, desconexión con la realidad...

Otro comportamiento que me gustaría destacar hoy es el de intentar silenciar al que protesta. El 12 de octubre de 2011, con motivo del desfile de la Fiesta Nacional, el Gobierno alejó al público más de lo habitual, con el fin de amortiguar los habituales pitidos a Zapatero. Todos los años se repetían y hubo siempre dirigentes del PP, como Rafael Hernando o Esperanza Aguirre, que los justificaban alegando que el entonces Presidente se merecía los abucheos y que eran comprensibles por el enfado generalizado de la ciudadanía.

Me parecía importante recordar todo esto por la situación que se ha vivido en la marcha del Orgullo LGTBI. El lanzamiento de objetos o los escupitajos me parecen reprobables siempre y en todo caso. Sin matices. Es puro sentido común. También es reprobable la sensación de jaula o de cerco que puede generar la muchedumbre en un momento dado. Es lamentable tener que sacar a gente escoltada. Ahora bien, la indignación de Ciudadanos por los abucheos recibidos, me parece un acto político más. No pueden decir que les sorprenda, dado que el colectivo había criticado su relación con VOX. Veo bien que la formación naranja vaya a la marcha. Tienen el mismo derecho a estar que la gente a expresar su desacuerdo. A partir de ahí, agudizar el victimismo, por mucho que el Ministro del Interior no haya tenido su mejor día, me parece que forma parte de la construcción del relato para ver si así se hacen entender con su nueva identidad.