En todo juicio, defensa y acusación tratan de convencer al tribunal de los motivos que impulsan a alguien (imputado) a cometer, o no, determinado acto. Para que un juicio tenga un desenlace justo conviene, efectivamente, dejar claro y acreditado el móvil que demuestra —o al menos apunta a— una cosa u a otra; en definitiva, a la culpabilidad o la no culpabilidad.

Pero quizá en los juicios que dirimen el iter críminis a través del jurado popular, la necesidad de concretar el móvil que empuja a unos sospechosos a cometer una acción que les transforme en culpables adquiere, si cabe, más importancia.

Un veredicto será blanco o negro si se acredita el móvil o no.

El móvil de la Urbana

Eso ocurre (o va a ocurrir), por ejemplo, en el caso del crimen de la Guardia Urbana que, el viernes 31, llega por fin a juicio, tras casi tres años de instrucción sumarial.

El día 3 de mayo de 2017, el agente de la Guardia Urbana, Pedro Rodríguez, apareció muerto, calcinado, en el interior del maletero de su coche, en las cercanías del barcelonés pantano de Foix. Según el fiscal, dos días antes, el 1 de mayo, su novia, la agente de la Guardia Urbana, Rosa Peral, y el también policía Albert López, examante de esta, se conjuraron para quedar y matar a Pedro. Según el fiscal, se citaron con dicha finalidad, aquella noche, en casa de ella, en Cubelles (Barcelona). Pedro estaba en el inmueble. Hacía semanas que Rosa y Pedro vivían juntos. Aquel 1 de mayo, ambos y las dos hijas de ella, de 4 y 6 años, pasaron un día feliz y familiar en un parque de atracciones. Las fotos que constan en el sumario así lo acreditan.

Felicidad y muerte

Sin embargo, según el fiscal, por la noche, Rosa y Albert mataron a Pedro y, dos días después, hicieron desaparecer el cadáver de mutuo acuerdo, en función y ejecución de un plan premeditado. El fiscal, que tiene claro que se trata de un asesinato de manual, pide para ella 25 años de cárcel y para él, 24.

A partir del 31 de enero, nueve ciudadanos, tan libres como aleatorios, tan vulnerables, fiables o imperfectos como aquellos que llevan toga profesional, tendrán que decidir sobre la culpabilidad o no de ambos; tendrán que erguir el dedo gordo o girar la mano hacia abajo señalando el camino al infierno.

Solos y el patíbulo

Menuda papeleta. Menuda responsabilidad para nueve hombres y mujeres de bien que pasaban por allí y que van a tener en sus manos la responsabilidad de dar o quitar un cuarto de siglo de vida en libertad a un hombre y a una mujer que ni conocen (ni, probablemente, tuvieran ganas de conocer) y cuya imputación ha sido la comidilla de la prensa más famélica y menos reflexiva, esa que pasa hambre y que necesita carnaza, aunque esta esté podrida.

Los nueve del patíbulo del crimen de la Guardia Urbana piden clemencia y exigen que se lo pongan fácil y clarito, para que todos lo puedan (podamos) entender y seamos capaces, así, de justificarnos ante la posibilidad de caer en el error.

Sin juicios de valores

Por ello, y para que eso no ocurra —el error—, piden solo una cosa, que acusadores y defensores les concreten ese trascendental elemento que tanto nos gusta a los que nos apasiona la crónica negra, el móvil del crimen (no el celular que el entrañable amigo librero, Paco Camarasa exponía bajo ese epígrafe en una jaula que presidía la librería Negra y Criminal), o sea, ¿qué motivos tenían uno u otra para matarlo? ¿Qué razón impulsa a los acusados a perpetrar la acción criminal? ¿Qué íntima necesidad precisaban satisfacer con el asesinato de ese hombre?

Tras leer y estudiar de arriba abajo el sumario del caso y, a pesar de mi acreditado déficit en materia de conceptos y argumentos jurídicos, el mero sentido común y la experiencia periodística me llevan a afirmar que Albert tenía motivos para matar a Pedro (los celos compulsivos que le corroían al ver a su exnovia con otro), pero no logro encontrar qué impulsó a Rosa a matar a Pedro, si damos por bueno el argumento del Ministerio Fiscal. ¿Quizá, matarlo para sacárselo de encima y regresar con Albert? ¿Y por qué no se separó, sin más? (Ya lo había hecho antes con sus anteriores parejas) ¿Por qué matarlo? ¿Por qué matarlo con sus hijas de cuatro y seis años en la habitación de al lado?

Nuevas pruebas

Falta poco para el juicio y lo que para muchos fue certeza absoluta (la implicación factual de Rosa Peral en los hechos —mujer manipuladora, fría, «Mata Hari» y ansiosa de sangre, según algunos titulares periodísticos—), poco a poco se va diluyendo y hace aflorar dudas y preguntas sin responder que, en cualquier caso, no serán suficientes para declarar la exoneración de la acusada, pero quizá sí su no culpabilidad.

En estos dos últimos días, dos pruebas han sido incorporadas al sumario y van en esta línea: Albert López tenía una segundo teléfono móvil cuya existencia omitió al Tribunal y desde el que efectuó una llamada a Rosa Peral el día de autos —raro—; y la toalla manchada de sangre que los Mossos encontraron en casa de Rosa Peral y que se supone que era la que se utilizó para limpiar el escenario del crimen, no era de Pedro, como se felicitaban los policías, sino de Rosa. Los restos orgánicos hallados en ella, pertenecientes al ADN de Pedro y que contenía dicha toalla, eran de semen. Ella y él habían mantenido relaciones sexuales aquel día o algunos de los anteriores.

Dudas, muchas dudas, pero una sola verdad. Ya me advirtió, hace muchos años, el magistrado, Fernando Lacaba, que presidió el juicio por el famosos secuestro de la farmacéutica de Olot: "Carlos, sabremos la verdad jurídica de este caso, que no siempre coincide con la verdad real". Quizá esto ocurra en la sentencia del caso por el crimen de la Guardia Urbana pero in dubio pro reo, no lo olvidemos, no vaya ser que nos llevemos una sorpresa.