El motivo fundamental por el que Pedro Sánchez se resiste a llegar a un acuerdo con Pablo Iglesias para presentar un gobierno de coalición el próximo 22 de julio es porque saldría adelante sin dificultades. Tan sencillo como eso. No existe un problema de vetos o la necesidad de buscar los apoyos necesarios para formar gobierno. Ya están. El PSOE lo tiene hecho. No precisa más que asegurarse los votos de Unidas de Podemos y en julio tendremos gobierno. Pedro Sánchez seguirá en la presidencia cuatro años. Pero así no quiere.

Tiene miedo a parecer demasiado de izquierdas. En la lógica tacticista y negociadora que estamos viviendo estos días el PSOE busca torcer el brazo a Podemos de una forma torpe y poco creíble. Pedro Sánchez intenta hacer creer a Pablo Iglesias que en un hipotético adelanto electoral el líder de Unidas Podemos tiene mucho más que perder. Quebrar su voluntad con encuestas poco creíbles que le hagan plegarse a sus postulados. Los argumentos enarbolados para este relato argumentan, no con poca razón, que la formación morada puede perder más escaños en unos nuevos comicios con lo que saldría enormemente perjudicado. Y es cierto. Pero poca pérdida es esa para rendirse tan fácilmente. Sobre todo mirando al que quiere convencerte.

En el arte de la guerra, y una negociación lo es, importan además de fuerza disponible concreta una serie de variables basadas en la subjetividad. Una de esas variables es la percepción de la propia fuerza y la de tu adversario. Cuando consigues hacer creer a tu rival que tu fuerza es mayor que la disponible puedes vencer incluso sin comenzar la batalla. Pero en el PSOE existe el problema contrario, están creyendo que la fuerza de la que disponen es mayor que la real. Y esa percepción de la propia fortaleza es uno de los mayores errores que pueden darse para vencer a tu rival.

En los órdagos es indispensable hacerle creer al adversario que tienes mejores cartas que él. Es posible que las del PSOE sean más poderosas que las de Unidas Podemos. El resultado electoral es una baza incuestionable. Pero además de la fuerza y la percepción existe otra variable que opera con mayor poder en los juegos de fuerza y engaño. Esta no es otra que ver quién tiene más que perder con la jugada. Cuando te quedan pocas fichas en la mesa es más factible que intentes aprovechar la única mano decente que te queda para intentar recuperarte y seguir en el juego, a Pablo Iglesias la correlación de fuerzas de estas elecciones le ha dado la oportunidad para ponerse frente a Pedro Sánchez y aguantarle la mirada sin tirar las cartas al tapete. Sus cartas pueden ser peores, pero cuando se juegue el órdago tiene mucho menos que perder. Y eso le hace más peligroso.

Abrir las urnas en noviembre para Pedro Sánchez supone poner en riesgo su presidencia. Un poder concreto que ya tiene en las manos. Algo por lo que tanto tiempo ha luchado y por lo que ha derrotado a elementos muy poderosos de la oligarquía mediática y política que quisieron acabar con él. El relato del héroe que le ha llevado a la Moncloa puede perderse por lograr un resultado un poco mejor que el anterior. ¿Va a arriesgarlo el PSOE convocando unas nuevas elecciones por un cálculo electoral y algunas encuestas que le aseguran subir diez escaños? Mucho riesgo para escasa ganancia. Y eso Pablo Iglesias lo sabe. No es creíble.

La renuencia de Pedro Sánchez a que el líder de Podemos entre en un gobierno de coalición es comprensible para sus propios intereses. Existe el convencimiento de que sería incluir en el Consejo de Ministros a su oposición por la izquierda, insuflarle aire y convertirlo en un escaparte político de tremenda relevancia. Tener a Pablo Iglesias o Irene Montero en el ejecutivo conlleva un riesgo que bajo ninguna circunstancia quieren asumir en Moncloa. Para comprender los motivos fundamentales de esta negativa hay que mirar a Italia y ver la influencia política y el peso nacional e internacional que tiene Giuseppe Conte frente a Matteo Salvini. Desde un ministerio se puede lograr mucho. Esa puerta el PSOE no la quiere abrir. Unidas Podemos necesita tumbarla.

Tendremos gobierno a pesar de los miedos y reticencias del PSOE a girar de forma nítida a la izquierda como le pidieron sus propios militantes en Ferraz el día de las elecciones. El tiempo corre a favor de Pablo Iglesias. Ayuda mucho que Antonio Garamendi y la CEOE le insuflen ánimo y fuerza pidiendo unas nuevas elecciones en noviembre para evitar la entrada de los morados en el ejecutivo. La CEOE, siempre solícita para pedir premura en las formaciones de gobierno y evitar los bloqueos políticos que le dificulten hacer negocio, ahora pidiendo seis meses más del mismo con tal de evitar el riesgo de Pablo Iglesias negociando convenios junto a los sindicatos.

España necesita un gobierno progresista, de izquierdas, sin miedo a afrontar medidas que traten de recuperar los derechos sociales perdidos durante la crisis. Un gobierno que no guste a la CEOE. Es un tópico histórico que el PSOE utiliza la etiqueta de la izquierda como herramienta electoral para luego correr al refugio seguro del centro cuando lo ha logrado. Pero en tiempos de retroceso de derechos sociales con gobiernos marcados por la extrema derecha en Andalucía o Madrid es cuando no hay que replegarse y dar un paso adelante. Valiente y a la izquierda. Para eso el PSOE tiene que desprenderse de sus complejos y borrar las líneas rojas que le marca la derecha para los pactos. El alma socioliberal de Pedro Sánchez y los correajes conservadores de Iván Redondo le impiden moverse a la izquierda. Hay que tirar de él. Y eso, solo se logrará si Pablo Iglesias le aguanta la mirada y no cede en sus exigencias.