Alberto Garzón apuntaba a Estanislao Figueras para enseñar el estado de frustración resultante del choque de personalismos entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias: "Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros", esta es la frase que dijo el presidente de la Primera República tras constatar la imposibilidad de acordar nada en su Consejo de Ministros. Se levantó de la mesa, se fue a la estación de Atocha, cogió un tren a París y dejó el Gobierno sin avisar a nadie. Una anécdota decimonónica que muestra de manera concreta el estado de ánimo en la izquierda española. Dan ganas de irse. De abandonarlos como ellos a sus electores.

El PSOE nunca ha tenido la más mínima intención de lograr un acuerdo de coalición con Unidas Podemos. Solo la torpeza negociadora del gurú-fake Redondo ha estado a punto de empujar a Pedro Sánchez a un acuerdo que no quería. El asesor quintacolumnista, que parece haber llegado a Moncloa como enviado de la derecha para dinamitar cualquier gobierno de progreso, puso a su César contra la pared golpe de efecto tras golpe de efecto hasta obligarle con la torpeza supina de vetar a Pablo Iglesias a aceptar un gobierno de coalición por no perder el sobredimensionado relato. Manuel Cavanilles, asesor de Estrategia y Comunicación del presidente del Gobierno, dejaba al desnudo las pocas ganas que había en Moncloa para llegar a un acuerdo de coalición con un escueto mensaje, ya borrado, en redes sociales: "Todo tuyo, Errejón".

Unidas Podemos ha vuelto a chocar contra el mayor mal de la izquierda. La imposibilidad de aceptar la realidad y querer adaptar los hechos a sus pretensiones. Pablo Iglesias conoce bien la estrategia marxista del análisis concreto de la situación concreta, pero no ha sabido aplicarla. El líder morado se ha visto cegado por la premura negociadora de las últimas 48 horas y por el orgullo de cobrarse un precio alto por su propia cabeza. No ha aceptado el gran triunfo que había logrado y con el que ni hubiera soñado el día después de las elecciones. Visto en perspectiva para Unidas Podemos la oferta finalmente arrancada al PSOE era un logro incontestable: un gobierno de coalición con una vicepresidencia social y tres ministerios. El hecho de que esto era un triunfo es que en la tribuna de oradores, en un último ofrecimiento desesperado, rebajó su última oferta hasta reducirla a una vicepresidencia y dos ministerios al renunciar a Trabajo por una competencia estatal diluida en las Comunidades Autónomas. Una boutade solo comprensible desde la imposibilidad de aceptar el último ofrecimiento del PSOE y transmitir que ellos se pliegan al acuerdo ofrecido y no a la inversa.

Las negociaciones difundidas en tiempo real en los medios de comunicación con filtraciones interesadas sacaban a la luz la imposibilidad del acuerdo. Cada movimiento conocido por la opinión pública limitaba la capacidad de los partidos para ceder y no quedar en evidencia ante sus electores. Es más fácil renunciar a posiciones cuando se quedan en la privacidad en la mesa de negociaciones. La disputa negociadora ha estado plagada de complejos por parte del PSOE e inocencia por parte de Unidas Podemos que daban la sensación de no ser conscientes de las limitaciones de acción que tendrían los de Pablo Iglesias.

Unidas Podemos insistiendo en ministerios potentes con competencias no parecía consciente de la imposibilidad de llegar a nada concreto que no aceptara el órgano colegiado del Consejo de Ministros ni el plácet del presidente del Gobierno. Formar parte de un equipo siendo minoría habiendo transmitido a la opinión pública que quieres Trabajo para derogar la reforma laboral solo creará frustración entre tus votantes. Porque no vas a derogarla si Pedro Sánchez no quiere. Y no quiere. Convence luego a los tuyos de que no lo has hecho porque no te han dejado después de haber dado la cabeza de tu líder por esos ministerios con competencias potentes. La legislación, la burocracia y la jerarquía a la que estás sometido en un gobierno en el que el poder lo tiene tu adversario en tu campo ideológico es una opción endiablada. No hay autonomía de acción desde un ministerio, ni desde cuatro, ni desde una vicepresidencia. ¿De verdad no lo ven?

Los morados se iban a poner marrones de tanto comérselos con ministerios potentes que no les iban a dejar desarrollar. Precisamente por eso no se entiende que el PSOE no haya aceptado dejar a Unidas Podemos los ministerios sociales más delicados para la izquierda. Haces las políticas socioliberales de siempre dejando que el desgaste se quede en tu socio de coalición. Es un win-win. Incomprensible y torpe no haberlo aceptado. No se entiende nada.

Las luchas fratricidas entre socialdemócratas y comunistas, con todas las reservas ideológicas para equiparar ambos pensamientos a PSOE y Unidas Podemos, nos han dado numerosos ejemplos de lo que ocurre cuando se celan en demoler a su adversario en el espectro ideológico compartido. Basta con mirar a quién recogió las nueces de la traición de Friedrich Ebert uniéndose a los Freikorps para acabar con la revolución espartaquista y con la vida de Karl Liebnecht y Rosa Luxemburgo.

La izquierda ha cometido una irresponsabilidad histórica con una derrota autoinducida. Todavía tiene solución, pero esa derrota puede ser definitiva si en los próximos dos meses no son capaces de llegar a un acuerdo. En la Comunidad de Madrid sabemos lo que puede significar perder la oportunidad de formar un gobierno y dejar de gobernar para siempre. Están echando a los españoles en manos de la derecha. O de algo más grave. Por ahora hemos tenido suerte de que la extrema derecha se haya concretado en un esbozo ultraliberal y capillita liderado por un incapaz que no sabe más que vivir de la teta subvencionado como Abascal. Se está tentando demasiado a la suerte. La desesperanza abona el terreno para que un Le Pen o un Salvini sepan regar los anhelos del electorado de izquierdas. Están a tiempo de evitarlo.