A pocos metros del lugar donde la organización puso la meta de su colaboracionista Vuelta de España hay una escultura que tiene un nombre inspirador: El pueblo español tiene un camino que conduce a un estrella. La obra de Alberto se situó en la Exposición Internacional de Paris en 1937 en el pabellón de la República y se erige orgullosa en una plaza aledaña a Atocha. En nuestros caminos no hay sitios para propagandistas del genocidio. Las calles, los caminos, son nuestros. Y no se ensucian con la presencia de sionistas que jalean la matanza indiscriminadas de niños. La Vuelta se paró cuando el pueblo español así lo quiso. Sin posibilidad de que porras, escudos, tanquetas y miserables colaboracionistas lo impidieran.
La mayoría de la gente que tiene voz en la opinión pública y decide mirar para otro lado sabiendo lo que ocurre en Gaza lo hace con una decisión meditada y razonada. No se puede vivir de espaldas al genocidio en Gaza, a la muerte de 16.000 niños y más de 60.000 civiles. Saben lo que ocurre, simplemente eligen mirar para otro lado o ser funcionales a los genocidas formando parte de esa patota que con su posición hace que el boicot a Israel en la opinión pública mundial llegue más tarde. Han de saber que están trabajando para que sigan muriendo niños, uno cada hora, porque si no hubiera personajes de tan baja estofa la sanción internacional sería tan generalizada que el coste de apoyar a Israel por parte de los gobiernos del mundo les sería tan lesivo que solo les quedaría ser contundentes contra Benjamin Netanyahu. Porque recuerden que Israel no podría hacer lo que hace sin el apoyo de los gobiernos de esa entelequia que llaman occidente y equiparan al mundo libre y democrático.
Se puede mirar lo que ha ocurrido en La Vuelta con una bruma en los ojos y niebla mental sin ser consciente de lo que implica la participación del equipo sionista Israel Premier Tech, del mismo modo que se puede admirar el genocidio desde el mirador que Israel ha habilitado para que sus ciudadanos se aproximen a ver la obra que están llevando a cabo. Hay diversas formas de colaboracionismo y cada uno elige la que ejercer. Óscar Freire llamó perroflautas a los ciudadanos vascos que protestaban contra la presencia de Israel Premier Tech, Pedro Delgado ha estado toda la vuelta insultando y despreciando las protestas a favor de Palestina como si supiera situar Gaza en el mapa y preocupado por el negocio que ha hecho el que vena las banderas palestinas, Juan Ayuso, un ciclista de medio pelo, decía ayer que perdían su respeto quienes les interrumpieran mientras circulaban como si el respeto de un mindundi le importara a algo.
Los que hablan desde la más profunda ignorancia y desprecio por la verdad y la historia al respecto tienen que ser tenidos en cuenta como eso, ni más ni menos, bocazas a los que se le pone un micrófono y no saben ni lo que hacer cuando su boca se pone en movimiento. Podían haber sido más prudentes y empáticos como Jonas Vingegaard, el campeón de la Vuelta y una estrella del circuito, que expresó su sensibilidad hacia las protestas con unas declaraciones a la altura de su figura como deportista. El deporte es tan política como la misma política, de tal modo que siempre ha sido utilizado por los más abyectos sátrapas y genocidas para intentar transmitir una imagen edulcorada en el mundo sobre sus crímenes. Hay tantas historias sobre esta utilización que sería imposible describir en un texto breve solo unos cuántos de los ejemplos más escandalosos sobre este proceder. Uno de los que siempre me pareció tremendamente ejemplificador fue el del Mundial de futbol de 1978 en Argentina que la dictadura de Jorge Videla utilizó para lograr trasladar al mundo una imagen amable que les permitiera ocultar sus crímenes.
La escuela de mecánica de la Armada, la inefable ESMA, está a solo unos cientos de metros del estadio monumental de River. Los disidentes que estaban presos escuchaban los partidos y los goles de la albiceleste mientras estaban siendo torturados. A veces usaban el ruido para ocultar los gritos. Los militares llegaron a sacar a unos cuantos presos a celebrar en coche la victoria de Argentina en el Mundial. En uno de esos Falcon verdes que usaban para los secuestros porque el momento de euforia popular era de tal dimensión que los milicos estaban convencidos de que podían pasear a los torturados por las calles y nadie les prestaría atención incluso si en ese momento se pusieran a pedir ayuda o gritar sobre su situación. La celebración se le ocurrió a Jorge "el Tigre" Acosta, uno de los más sanguinarios torturadores militares, mientras en el palco del Monumental de River, Videla, Agosti y Massera compartían palco con Joao Havelange, presidente de la FIFA, y Henry Kissinger.
El deporte es política, de un calado y dimensión lo suficientemente importante como para opacar cualquier crimen, desgracia o genocidio. Lo saben los organismos internacionales que se empeñan en dejar fuera de los actos deportivos a Rusia y mantienen a Israel en una estrategia que busca legitimar un país que se encuentra en una crisis de reputación internacional que arrastra a los países que sostienen al régimen criminal y genocida de Natanyahu. Lo sabe Isabel Díaz Ayuso, que antes de que saliera la etapa de La Vuelta acudió a saludar solo al equipo del multimillonario sionista Sylvan Adams, amigo de Netanyahu, y próximo a David Hatchwell, el empresario sionista que hace de paladín de Ayuso en España y el mundo. Han querido instrumentalizar La Vuelta como un mazo político al servicio del genocidio de Israel y el pueblo español le ha dado la vuelta.
Hacen política con el deporte, y les puede salir bien, o mal. Ayer, en La Vuelta, les salió mal porque el pueblo madrileño les dio una lección de dignidad. Se creían que podían humillar la conciencia de quien sufre cada día con las imágenes que llegan desde Gaza. Les ha explotado en la cara, se les ha helado esa sonrisa condescendiente desde el coche de la organización, porque el pueblo organizado, al margen de partidos y oportunistas, paró el desarrollo normal de una actividad deportiva que se creía con la soberbia y el orgullo propio, de quien no sabe lo que es el pueblo vasco, gallego o madrileño, que podría pasear por toda la geografía española al equipo de un multimillonario sionista, negacionista del genocidio, que usa su equipo para blanquear al criminal de Benjamin Netanyahu. Creían que Madrid iba a permitir que un ciclista de ese equipo colaboracionista del genocidio recibiera un premio en la Cibeles. Qué poco conocen Madrid, que poco conocen al pueblo español que sabe bien cuál es el lugar correcto en la historia. Por nuestras calles no pasan genocidas con el pueblo silente ni aunque se parapeten ante 1500 antidisturbios.