El domingo por la tarde llegué a una de las salas de espera que hay en la sede de Atresmedia. Dos compañeros de programa descansaban en el sofá y hablaban con energía desmedida de los temas del día. Yo venía de casa de ver, como casi todos, la victoria de Nadal en el Open de Australia y de acordarme de mi padre, al que recuerdo vibrando con Lendl, McEnroe, Graff, Navratilova, Federer, Rafa.

Uno de mis compañeros de tertulia me dijo animado: "Bueno, anoche verías lo de Benidorm, ¿verdad?". Mi respuesta fue clara, sin pretensión alguna: "No, me fui al teatro y a cenar para celebrar mi cumpleaños"”. Abrió mucho los ojos, sorprendido. No me atreví a preguntarle si estaba decepcionado.

Reconozco mi profundo y reciente desapego hacia demasiadas cosas. Un estado vital en el que me importa lo justo: que fluyan las frases al escribir, numerar bien las facturas, que haya vino en la nevera, que en la analítica no haya sorpresas, sentir que el de al lado respira mientras duerme, el beso de los niños al salir y al volver al colegio.

Por eso sentía lejos Benidorm, mucho más de la distancia que separa mi casa de la ciudad de los rascacielos que tuvo como alcalde a Eduardo Zaplana. Por eso no sabía que la noche del sábado España convertiría un festival de música en un debate sobre el Estado de la Nación retransmitido en riguroso directo por redes sociales. Qué pereza, señores/as.

A las cuatro y cuarto de la tarde del sábado una mujer encantadora me estaba lavando la cabeza con enorme esmero y sin prisa. Mi cuello descansaba plácidamente en el lavabo y mi estómago llevaba media cerveza, un vermut, rodajas de salchichón y morcilla patatera que luego compensé en casa con un plato de acelgas con patatas y pimentón. Esa mujer convirtió mi pelo fino y fosco en una melena suave y sedosa y subí a casa con una sonrisa de oreja a oreja.

Dediqué un tiempo extra a pensar en la ropa, a delinear mis párpados, a ponerme un fijador de maquillaje que me tocó en un calendario de Adviento de cosmética. Y me fui a la calle. Y vi a Loles León en el teatro de la Latina en una obra en la que habla de su vida, de su infancia en la Barceloneta, sus actuaciones en bares y en el Paralelo, su periplo hollywoodiense con Almodóvar, su querencia por las putas y los maricones. Loles es una mujer que siempre me hace reír y que canta y baila como yo no haré nunca. Se marcó su propia versión de 'Aquellas pequeñas cosas' de Serrat y le dedicó un tema al aparato genital de los señores. Hacía mucho que no escuchaba la palabra "pito" y me reí como si tuviera diez años. Liberé endorfinas y soplé velas.

Cuando volví a casa mis hijos aún estaban despiertos. Antes de desmaquillarme puse la televisión y las puntuaciones dieron la victoria a Chanel. Mientras repetía actuación y yo movía las piernas pensaba en que si fuera mi amiga le cambiaría el estilismo. Vi en su coreografía y en sus movimientos a Jennifer Lopez, a Beyoncé y a todas esas mujeres con arrojo cuya música hace mi vida mucho más divertida. Me sorprendió que no ganara Rigoberta Bandini ni tampoco Tanxugueiras, nombradas para bien o para mal por gente dispar a la que hacemos caso hasta en sus gustos musicales, como Pablo Casado, Yolanda Díaz o Pablo Echenique.

El domingo me sorprendieron muchas de las reacciones y creo que lo entendí todo. O casi. El hastío profundo de convertir un concurso en un tema más de tertulia y análisis, de politizar una teta, un idioma cooficial, la decisión de un jurado y una candidatura a Eurovisión, que es un festival que muchos despreciaban hasta hace unas semanas. El resto, directamente, lo ignoraba. La sobredimensión que le damos los periodistas a lo que pasa en Twitter y en nuestras vidas. Que haya partidos políticos que eleven la queja por el resultado de la votación a pregunta en el Congreso. Confié en el bochorno de los que hayan votado a esos partidos tras enterarse de este asunto.

Y tras escuchar y leer a un montón de compañeros sus excitadísimas opiniones sobre este asunto, sonreí con burla y pensé en lo cansino que debe resultar maquillar la realidad. Que no es otra que, al final, hay un montón de gente en casa los sábados por la noche sin otro plan que entregarse a lo que pasa en la tele. Un fin de semana como éste en el que, curiosamente, no ha habido Liga de fútbol. Pensé en la cantidad de sábados y de viernes que llevo yo sin salir desde que hay niños en casa.

Afortunadamente, hay gente como la guionista Paloma Rando, que es de esas personas capaces de sintetizar lo que a una le pasa por la cabeza, que escribió en sus redes sociales: "Hay gente hablando del Benidorm fest como hablaron de Sálvame cuando lo descubrieron durante el confinamiento, en unos términos que parece aquello la conferencia de Yalta. La solemnidad mata la diversión".

Cuando quieran, les presto un poco de mi desapego.