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América Sur

Cacimba do Padre, el paraíso del surf brasileño

Podríamos pensar que estamos en Tailandia, pero no, se trata de la atlántica isla de Fernando de Noronha, el secreto mejor guardado de Brasil.

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Coger un barco en Natal y navegar hasta la isla de Fernando de Noronha, situada a pocos kilómetros al sur de la línea del Ecuador, en medio del Atlántico, no es un viaje más. Sobre todo si en nuestro equipaje llevamos una tabla de surf, un traje de neopreno y muchas ganas de cabalgar algunas de las mejores olas del Hemisferio Sur. Y es que en esa isla remota se encuentra una de esas playas de las que nunca te quieres marchar: Cacimba do Padre. A Fernando de Noronha se le conoce como el Caribe brasileño por sus playas, aunque esta en concreto bien que podría recordarnos a las del sur de Tailandia, sobre todo por las grandes formaciones rocosas que se encuentran dentro del agua, salpicando un mar extremadamente turquesa cuando está en calma y que se torna azul si es hora de adentrarse en él con la tabla, apenas unos metros, para empezar a coger olas y atravesar tubos perfectos. En verano es cuando esta playa ofrece las mejores olas de forma continua. Algunas superan los cinco metros de altura, de ahí que sean pocos los surfistas que declinan una invitación para disfrutar de sus aguas. Sin embargo, es en febrero y marzo cuando se dan las que los lugareños califican de 'olas perfectas', las más interesantes para ser 'domadas'. Pero en Cacimba do Padre no todo es surf. Aquí se pueden encontrar piscinas naturales que permiten disfrutar de un baño totalmente relajante, sin miedo a las tablas y que permiten tener aún más la sensación de encontrarse en un paraíso del relax y la calma, arrullado por el mar y con la vegetación al fondo. No se encuentra demasiado lejos de la población de Fernando de Noronha, aunque el acceso no es tan sencillo, de ahí que muchos recomienden hacerse con un buggy, unos vehículos especiales para transitar por la arena. Aún así, la carretera que atraviesa la isla está relativamente cerca como para que nos dejen lo más cerca posible e ir andando. Aunque llegar no es sencillo, dado el pequeño número de vuelos o la travesía de 300 kilómetros desde Natal, la playa, sin duda, merece la pena.

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