TCA
Las secuelas físicas y psicológicas de los trastornos alimentarios persisten durante años
Un amplio estudio basado en datos de atención primaria en Reino Unido revela que trastornos como la anorexia, la bulimia y la ingesta compulsiva pueden generar riesgos para la salud que persisten incluso después de superar la fase más crítica. Los hallazgos subrayan la importancia de ofrecer servicios sanitarios integrados y garantizar un seguimiento continuo de estos pacientes.

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Los efectos sobre la salud de los trastornos alimentarios, como anorexia, bulimia y atracón, se extienden a numerosos órganos y persisten durante largos periodos, según un estudio publicado en BMJ Medicine.
El trabajo analizó más de 20 años de registros médicos en Reino Unido y confirma que el riesgo de complicaciones graves —desde insuficiencia renal y hepática hasta osteoporosis, diabetes y muerte prematura— aumenta de forma marcada durante el primer año tras el diagnóstico y se mantiene elevado a largo plazo.
Catharine Morgan, investigadora de la Universidad de Manchester y coautora del estudio, explica a SINC que la principal aportación del estudio es la constatación de un patrón sostenido en el tiempo. "En este trabajo demostramos que los trastornos alimentarios se asocian a incrementos persistentes en problemas de salud física y mental, y en mortalidad prematura, que continúan durante al menos una década tras el diagnóstico".
Estas conclusiones, agrega "se apoyan en una de las cohortes más amplias analizadas hasta ahora, con datos enlazados de atención primaria, hospitalaria y registros de mortalidad".

Cúmulo de complicaciones
Los autores observaron que, en los primeros 12 meses tras el diagnóstico, las personas con un trastorno alimentario presentaban un riesgo seis veces mayor de insuficiencia renal y casi siete veces mayor de enfermedad hepática, además de un aumento significativo de osteoporosis, insuficiencia cardíaca y diabetes. Estos riesgos continuaban elevados pasados cinco años, con decenas de casos adicionales por cada 10.000 personas.
Morgan comenta a SINC que "este cúmulo de complicaciones en el primer año responde a diversos factores. Entre ellos, destaca el efecto fisiológico del tratamiento: la rehabilitación nutricional y la recuperación de peso pueden revelar o agravar alteraciones cardiometabólicas".
"También influye la vulnerabilidad psicológica durante las primeras fases de la intervención, un momento especialmente intenso en lo emocional. A ello se suman retrasos en el reconocimiento clínico, que hacen que el primer diagnóstico llegue con el cuadro ya muy avanzado, así como un aumento de la vigilancia médica que permite detectar problemas antes no registrados", subraya.
Vulnerabilidad psicológica
En el ámbito de la salud mental, el trabajo muestra un patrón similar. Un año después del diagnóstico, el riesgo de depresión se multiplica por siete y el de autolesiones por más de nueve, con cientos de casos adicionales por cada 10.000 personas. Aunque estos valores disminuyen con el tiempo, continúan por encima de los de la población general incluso una década después.
La investigadora señala que "los trastornos alimentarios suelen coexistir con rasgos de larga duración, como la ansiedad, el bajo estado de ánimo o la desregulación emocional, que no desaparecen rápidamente".
Comenta que "pueden producirse recaídas y el impacto social —en la educación, el trabajo, las relaciones y la autoestima— puede persistir mucho tiempo después de que la alimentación mejore. Estos factores se combinan para crear una vulnerabilidad potencial y sostenida a futuros problemas de salud mental".
En cuanto a la mortalidad, el riesgo de fallecimiento por cualquier causa durante el primer año resulta más de cuatro veces mayor, y el de muerte por causas no naturales —incluido el suicidio— se incrementa por cinco. Tras cinco y diez años, estos valores siguen duplicando o triplicando los de la población sin trastorno alimenticio.

Una atención más integrada
Ante este panorama, Morgan indica que los servicios sanitarios deberían considerar el tratamiento de estos trastornos como un problema crónico. Propone priorizar controles periódicos de la salud física —corazón, riñones, hígado, huesos y analíticas— y una evaluación sistemática de depresión, ansiedad y riesgo de autolesiones.
También destaca la importancia de desarrollar planes de atención compartidos entre atención primaria y equipos especializados, vías rápidas de reingreso en caso de recaída y apoyo reforzado en las transiciones entre servicios, como el paso de la atención infantojuvenil a la de adultos.
Los autores del estudio concluyen que una atención más integrada entre la atención primaria, la especializada y los servicios de salud mental resulta esencial para mejorar los resultados a largo plazo. Para Morgan, estos hallazgos ponen de relieve "la necesidad de mantener un seguimiento continuado y de sensibilizar a los profesionales sanitarios sobre los efectos duraderos de los trastornos alimentarios".
Referencia:
Catharine Morgan et al. "Adverse outcomes in patients with a diagnosis of an eating disorder: primary care cohort study with linked secondary care and mortality records". BMJ Medicine, 2025.
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