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EL 'OPEN ACCES' AVANZA LENTO EN EL MUNDO CIENTÍFICO

¿Por qué la mayoría de los artículos científicos son de pago?

Buena parte de las investigaciones científicas son subvencionadas por los Estados, pero sus resultados quedan a merced de editoriales que hacen de verdaderos secuestradores de la divulgación y el conocimiento, al que solamente podemos llegar previo pago de sus publicaciones.

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La ciencia es parte del conocimiento universal que nos pertenece a todos. Poner barreras a la distribución, difusión o divulgación de ese conocimiento va en contra de los principios de progreso y análisis del propio método científico. En 2011 sólo el 17% de todos los artículos de ciencia que se publicaron en el mundo lo hicieron en abierto a pesar de que el ‘Open Access’ científico lleva en práctica desde 2005. ¿Por qué la gran mayoría de artículos científicos son de pago? ¿Por qué hay grandes laboratorios investigando el mismo campo que se niegan a compartir sus resultados por estar patrocinados por distintos intereses? ¿Qué hacer cuando el imprescindible factor económico choca con el principio de distribución universal?

El sistema de publicación ha estado enquistado demasiado tiempo. Los Estados subvencionan en mayor o menor medida al científico, que entrega su material a revistas especializadas para que estas lo distribuyan, validen mediante ‘revisión de pares’ o arbitraje y normalicen, previo pago y con suscripción cerrada, al resto de investigadores. Es decir, el dinero ciudadano acaba construyendo un muro que impide el acceso abierto al resultado de esas inversiones, obligando a Estado y universidades a pagar dos veces por el I+D que ya han patrocinado.

Lo que paga el contribuyente debe ser transparente al contribuyente. Si ya es absurdo incumplirlo en política, en ciencia es un sinsentido: este copago solo se puede romper, unilateralmente y por el bien de la ciencia con las licencias Creative Commons.

La necesidad de publicar en papel hizo que las editoras tuvieran una excusa para cobrar por acceder a los ‘papers’. Con la era internet la proliferación de webs científicas de prestigio donde los investigadores pueden asociarse y ejecutar líbremente el arbitraje desmontó esta falsa necesidad y facilitó el acceso a la información técnica, reavivando la polémica. ¿Por qué las editoriales siguen beneficiándose de un trabajo muchas veces subvencionado con nuestros impuestos?

Me cuenta un científico español, asesor de muchas de las mejores revistas científicas del mundo, que no ha cobrado jamás por participar en las ‘revisiones de pares’ de los artículos de sus revistas, pero que esas editoriales sí que cobran a científicos y universidades por acceder a los trabajos que muchas veces son elaborados por miembros de esas mismas instituciones a los que obligan —faltaría más— a firmar el copyright para que no lo publiquen en otro medio. Su única recompensa es la palmadita en la espalda.

El colmo de esta paradoja de lo absurdo se puede producir en España con motivo de la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual. CEDRO, la Asociación privada que gestiona los derechos de autor de autores y editores españoles, va cobrar por investigaciones pagadas por fondos públicos y publicadas con Open Access, independientemente de que los autores del trabajo sean socios de dicha entidad. Es decir, un profesor universitario que publique con licencia Creative Commons un texto para libre distribución entre sus alumnos tendrá que pagar un canon (vía universidad) a una entidad a la que no pertenece y que no le representa en nada.

Las bases y normativas sobre el libre acceso al conocimiento se establecieron en la Declaración de Berlín, suscrita en el año 2003, en una Conferencia promovida por la Sociedad Max Planck para la promoción de las ciencias y refrendada por más de 400 instituciones de todo el mundo, entre ellas las principales universidades españolas. La batalla está servida.

En 2008 la unión Europea decidió establecer otra normativa para permitir el acceso gratuito a la información científica de los proyectos subvencionados con dinero europeo. Pero sin carácter retroactivo y sólo con obligatoriedad de sumarse al ‘open access’ a los proyectos promovidos por su Marco a partir de 2014.

Una de las consecuencias de esta ‘política de publicación científica’ es la pérdida de rigor de las fuentes que quedan abiertas, por ejemplo, en internet: al no poder acceder a una ‘revisión por pares’ normalizada se generan una gran cantidad de trabajos (pseudo)científicos mediocres que copan y contaminan los resultados de la mayoría de buscadores.

Así, lo peor de no tener acceso abierto a los buenos artículos científicos no es que no se puedan leer, sino que no se puedan enlazar para que otros científicos o estudiantes sin recursos los puedan mejorar. Que yo tenga acceso a un artículo porque pueda pagarlo no me sirve de nada si no puedo enlazarlo, como argumento, a todos mis lectores. Por ejemplo, la razón por la que Wikipedia es tan popular, es que todo el mundo puede enlazar y esta distribución ayuda a mejorar constantemente sus contenidos.

Otra secuela de ponerle candado a los ‘papers’ es que hay que comulgar con la interpretación que haga el divulgador o periodista con acceso exclusivo a ellos. ¿Cuántas veces hemos leído en un gran medio un artículo que tergiversa, amarillea o simplemente se inventa las conclusiones del estudio no enlazado en beneficio de la captación de lectores o en defensa de su línea editorial? Un simple enlace público al paper pondría en evidencia al manipulador.

El problema de las alternativas ‘open access’ a las publicaciones privadas es el corporativismo de las editoriales para proteger el sistema que aún les beneficia. A los investigadores —a pesar de no tener nada que perder porque nunca cobraron por publicar— les sigue compensando salir en las revistas de más nombre e impacto; y a los ‘referees’ les bareman y califican según la publicación para la que hagan sus arbitrajes.

Todavía aparece demasiado en informes profesionales las manidas referencias "ha publicado en revistas de impacto medio-bajo" que deniegan una plaza profesional, sin tener en cuenta los contenidos reales. Es decir, en el currículo sigue pesando demasiado el prestigio de la editoriales donde publiquen o arbitren.

Cuando el científico sea capaz de desprenderse de estas prácticas, el creative commons será irrenunciable y tendrá el terreno despejado.

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