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Juegos de ayer y de hoy

Científicos desde niños: aquellos maravillosos experimentos del Cheminova (y otros)

¿Recuerdas algunos de esos juegos de hace unas décadas? Muchos le cogieron el gusto a la química con el Quimicefa, a la electrónica como el Kosmos, a las matemáticas con los puzzles, a la arquitectura con los LEGO...

El laboratorio atómico de Gilbert

El laboratorio atómico de Gilbert Antena3.com

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Hace unos días aposté un euro con mi hija a que era capaz de hinchar un globo atado y sin tocarlo. Evidentemente aceptó. Un viejo truco aprendido en la época del Quimicefa hizo el resto. Cinco pastillas efervescentes con un poco de agua separadas por la torsión del globo, un nudo y dejarlo encima de la mesa para que el 'milagro' se consumara. A la vez me preguntaba si los niños de hoy tienen suficientes juegos de ciencia aplicada o la normativa que ahora limita los productos químicos de aquel peligroso Quimicefa y nuestros experimentos locos de entonces, restringen su capacidad de aprendizaje.

El primer Quimicefa era un espanto. Ahora, como padre, no me explico cómo estaba permitido que un niño jugara con un mechero de alcohol y productos químicos como el cloruro amónico o aquellos que, al mezclarse, producían hidrógeno puro y altamente inflamable. No me extraña que alguno acabase en el hospital y aquel juguete, prohibido. También tengo claro que 'jugando' a aprender sus peligros con un tutor responsable otros 'socorristas' de hoy en día no la hubiesen liado tan parda.

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Pero ¿qué tenía el Quimicefa que lo hacía mágico? Sus infinitas posibilidades, la maravillosa sensación de sentirte creador y sobre todo, un primer contacto con la ciencia de verdad: la de los mayores, pero sin los mayores. Empezabas jugando con el Quimicefa y acababas haciendo un cohete casero con los fósforos de cera, papel de aluminio y una bobina de hilo de coser. Nada de juguetes infantiles y experimentos plásticos de parvulario.

Con el Quimicefa aprendimos a imitar al Doctor Bacterio, a crear serpientes mágicas y hasta hacer caramelo con un simple terrón de azúcar, dejando una nutrida colección de cucharas de heroinómano. Hoy el Quimicefa -legal- se reduce a una colección de experimentos de manual y cuatro productos químicos tan aburridos como inofensivos.

Actualmente la normativa europea encorseta demasiado los juguetes de ciencia, convirtiéndolos en didácticos pero simplones experimentos de un solo uso o complicados montajes de instrucciones infumables y que acaba entusiasmando al padre más que al hijo.

Si los peligros del Quimicefa -o los de su padre Cheminova, o los del abuelo Atoms- nos parecían perversos, imaginaos un juego para niños con cuatro tipos de uranio, una fuente de beta-alfa (Pb-210), una fuente de beta puro (Ru-106), una fuente de rayos gamma (Zn-65) y un contador Geiger. Así era el laboratorio de energía atómica Gilbert, un caro y peligroso juguete norteamericano de los años '50 que duró un año en el mercado y que hoy puede encontrarse, para coleccionistas, por unos 5.000 dólares.

Hoy los mejores juegos o experimentos didácticos de química los podemos encontrar en YouTube, en alguna web nostálgica o en fantásticas publicaciones.

Quimicefa

Para los 'chispas'

Pero no todo era química. A los ingenieros electrónicos frustrados nos entusiasmaban juegos como el Electro L o el Kosmos, juguetes nacidos de aquellos mapas con chinchetas, cable de cobre y pila de petaca que construíamos en clase de pretecnología para jugar a adivinar las capitales ¿recuerdan? Aquí la competencia y oferta actual es brutal y gana por goleada en calidad, en diseño y en didáctica, aunque podamos encontrar algún ejemplo de dudoso apostolado.

Enfrentarse a una clase teórica de circuitos, resistencias e impedancias sin haber trasteado con alguno de estos chismes me parece una desventaja pedagógica. La mayoría de los conocimientos científicos asimilados para el resto de tu vida los aprendes en pretecnología, no en física.

Electro L

Matemáticos de juguete

¿Y los juegos de gran contenido matemático? ¿aburridos? ¡De eso nada! Probablemente los mejores juguetes de hace 30 años eran los que lograron imitar la simpleza y complejidad de la abstracción matemática. El inmortal cubo de Rubik y sus mil variantes como máximo exponente, o el Simón para agudizar la memoria visual con series sonoras —¡Dios mío qué grande era!—, los "siete tableros de astucia" del clásico Tangram para cultivar la habilidad espacial, los rompecabezas, los mil y un tipos de puzzles...

La mayoría de los rompecabezas actuales no dejan de ser elementos decorativos para el salón, piezas para algún coleccionista jugón o amante de los modelos 3D.  Los desarrollos de rompecabezas y juegos de estrategia matemática han sido asimilados por las plataformas de los dispositivos móviles o consolas.

Y llegó la robótica

Los que no pasamos del Tente, LEGO y el Electro L la oferta actual nos parece abrumadora. Para alimentar nuestra curiosidad los niños de hace 30 años desmontábamos calculadoras, relojes, teléfonos de rueda, radios, muñecas parlanchinas y, en general, todo aquello que no se enchufara a la pared -por miedo a quedarse 'pegado'-.

Así aprendíamos lo que era un electroimán, una bobina, una resistencia o rescatábamos un motor de 9 voltios para las clases de pretecnología. Ahora pasa como en los coches: desmontar algo para intentar aprender cómo funciona es una quimera y muy arriesgado. Todo viene armado, o en su defecto, con las instrucciones pertinentes inviolables. Gana el jugón, pierde el autodidacta.

Recuerdo, hace 25 años, comprar dos células fotoeléctricas para programar mi primer robot. Consistía en adherirr las células a unas ventosas y pegarlas en la pantalla de la televisión de tubo. Con el ZX-81 y algo de Basic simple programé dos cuadrados blancos sobre fondo negro que, al encenderse, excitaban las células que controlaban sendos motores de un ascensor para mi Airganboy vaquero.

Mi duda es si ahora, con tanta oferta, se produce esa artesanía en la mezcla de recursos de los autodidactas o se dejan llevar por las normas estrictas de cada juego. En cualquier caso, nunca regañes a tu hijo si le pillas desmontando un juguete o metiendo una iPad en la lavadora, podrías estar acabando con un futuro genio.

LEGO evolucionó en Mindstorms y juntó a los niños que sólo querían ser arquitectos con los que soñaban ser ingenieros. El resultado es, a mi gusto y con permiso de Green Energy Toys y Dideco, lo mejores juguetes cientifico-pedagógico-lúdicos modernos. La laxitud de sus reglas permiten infinidad de soluciones y dar respuestas robóticas a problemas reales asimilando mejor los conceptos educativos.

Algo así como las impresoras 3D. Pero eso ya es un juguete para mayores. ¿O no?

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