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SIN ELLA TODO SERÍA UN CAOS

Así sería la Tierra sin la Luna: un desierto en el que la vida sería inviable

Nuestro satélite no es solo un hermoso trozo de roca y polvo: su influencia sobre la rotación de la Tierra hace posible la vida en nuestro planeta.

Luna

Luna Wikimedia Commons

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La Luna ha inspirado incontables leyendas, poemas, historias y hasta mitos. Sin embargo, los menos románticos del lugar pensarán que poco sentido tiene que una bola de roca y polvo en la que ninguna vida puede tener lugar merezca tan altas contemplaciones del mundo literario y artístico. Pero se equivocan

Nuestra inseparable compañera de viaje, que gira con nosotros en nuestro eterno viaje alrededor del Sol, tiene un enorme impacto en nuestra vida. No es cierto que influya en cuestiones tan terrenales como la fecha del nacimiento de los niños, pero sí influye en cuestiones tan básicas como la vida misma: sin su existencia posiblemente no estarías leyendo esto.

La cuestión es que en nuestro vecindario planetario hay dos grandes influencias: el Sol y Júpiter. No es que la Tierra ronde por ahí a su libre albedrío, sino que se mueve de determinada forma gracias a la acción de las fuerzas que recibe y sufre. Esas fuerzas son tan intensas que lo más normal es que todo fuera mucho más caótico y rápido de lo que es. De hecho se estima que hace muchos millones de años, antes de que todo se estabilizara, la Tierra giraba seis veces más rápido sobre sí misma, lo que dejaba ciclos de cuatro horas de día y cuatro de noche.

Pero, además de girar sobre sí mismo y alrededor del Sol, nuestro planeta se mueve de otras formas. Uno de eso movimientos tiene que ver con el eje imaginario que recorre la Tierra, que no es perpendicular al plano en el que giramos respecto al Sol. Esto dicho así parece un poco complicado de entender, pero imagínate una peonza girando inclinada sobre el suelo.

El resultado de ese movimiento, poniendo una parte del planeta más 'cerca' del Sol, es lo que explica las variaciones climáticas y estacionales, y lo que genera que haya largos días o noches en los polos. Ese giro cónico se completa cada 26.000 años más o menos, un periodo suficientemente largo como para que podamos aclimatarnos.

La clave de la Luna es que, aunque es un cuerpo ínfimo (comparado con el Sol o con Júpiter) y de influencia mucho más limitada, el hecho de tenerla 'pegada' a nosotros hace que su efecto sea mucho mayor ¿Y cuál es ese efecto? Hacer que las variaciones en nuestros movimientos sean mucho menores y más lentas.

Dicho de otra forma: sin la Luna la Tierra estaría a merced de los 'gigantes' del sistema solar, cuyas fuerzas son enormes y acabarían acelerando y 'caotizando' nuestros particulares pasos de baile.

Imagina el efecto de desincronizarte con tu pareja de danza, pero en términos astronómicos: que una parte de la Tierra estuviera 'permanentemente' expuesta al Sol y otra 'permanentemente' oculta. Eso causaría que una parte del planeta estuviera sumido en una larguisima noche glacial, y otra en un enorme desierto de elevadísimas temperaturas.

Si por el contrario la sincronía se rompiera para hacer los giros mucho más rápidos, aumentarían drásticamente la frecuencia y potencia de los fenómenos meteorológicos, con gigantescos huracanes, diluvios, mareas gigantescas y oleajes miles de veces mayores a los de ahora.

El impacto de eso en la fauna y flora sería brutal, como también en las condiciones climáticas y ambientales. El impacto sería irreversible y conduciría a una rápida extinción de las especies de la que quizá nosotros pudiéramos salvarnos... o no. Lo que en ningún caso hubiera sido posible sería la formación de la vida, al menos no de la nuestra: cualquier ser complejo requiere cierta estabilidad, muy prolongada en el tiempo.

Así que, al final, esa canica brillante del cielo, cubierta de roca y polvo, inhóspita, fría e inerte es a la que debemos la vida. Como explica Carles Simó en su artículo 'La omnipresencia del caos', al final somos fruto de un montón de casualidades

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