La herencia de Martina Barroso, una de las Trece Rosas, cabe en una caja de zapatos. Martina le dio unas zapatillas a su cuñada horas antes de ser fusilada. Le dijo que eran un regalo para su sobrina, que años más tarde tendría una hija a la que llamarían Paloma.

"Era el cumpleaños de la sobrina de Martina, que es mi madre. Ella le hizo unas zapatillas con unas mariposas y, disimuladamente, en el cordón metió los colores de la bandera republicana. Esas zapatillas se las entrega a su cuñada en la cárcel de Ventas el mismo 5 de agosto", explica Paloma Masa Barroso, sobrina nieta de Martina.

"Es su carta de despedida para la familia, para que no la olvidásemos. Y esas zapatillas ahora las tengo yo", añade Paloma en laSexta Columna.

A Martina Barroso no le dejaron escribir ninguna carta porque se negó a confesarse culpable ante Dios. "Dijo que la mataban siendo inocente y que se fuera a confesar los que mataban a los inocentes, que los culpables era ellos", afirma la sobrina nieta de Martina. Otras, como Julia, sí dejaron cartas para que su "nombre no se borre de la historia". Blanca Brisac también se despidió de su hijo pidiéndole: "No guardes rencor nunca a los que dieron muerte a tus padres". Las Trece Rosas fueron fusiladas al alba en la tapia del actual cementerio de La Almudena. Allí queda una placa con recuerdo, sin rencor.

Pero el maltrato en esa cárcel de Ventas se daba hasta en lo que tenían que tragar. "Había lentejas pero, como no había mujeres para limpiarlas, las echaban directamente en el caldero. Le llamaban las 'lentejas de negrín'. Nos dejaban los platos a los pies. Nos despertaban, pero quién tenía ganas de comer aquello", explicó en 2006 Nieves Torres, presa junto a las Trece Rosas.