Mientras Ramón Barral, que volvía a la casa rectoral para reconstruir los hechos se recupera en casa de un familiar y la Guardia Civil sigue buscando a los culpables, un visitante inesperado recorre las calles de la aldea de Vila de cruces: el miedo.
Tienen miedo cada vez que rememoran lo que saben del atraco que se llevó por delante la vida de su vecina y amiga de 78 años y dejó magullado y con dos costillas astilladas al párroco Ramón Barral.
Son las nueve y media de la noche. El cura y su asistenta cenan en la casa rectoral. Alguien llama a la puerta y cuando María abre, tres personas entran violentamente. La mujer se enfrenta a ellos y Ramón corre en su ayuda.
Recibe un golpe en la sien al parecer con la culata de una pistola. Cae al suelo, es atado de pies y manos, le meten unos trapos en la boca y lo amordazan. A partir de ese momento, como cuenta el sacristán se hace el muerto.
Su asistenta sin embargo, también atada, logra soltarse la mordaza y corre a gritar por la ventana. La autopsia tendrá que determinar si la mujer murió por asfixia o por un fallo cardiaco debido a la tensión.
Con María muerta y el párroco aterrado y haciéndose el muerto tardan una hora en revolver la casa buscando dinero. Después huyen presuntamente en el coche de Don Ramón, un Peugeot 308 antiguo que la Guardia Civil todavía está buscando.
Mientras tanto el miedo sigue extendiéndose por la zona. Es el tercer intento de robo en poco más de tres meses y los vecinos sospechan que los atracadores no son de muy lejos. Los otros dos intentos acabaron bien, este por desgracia no.