María vive con sus padres y sus cuatro hijos. Los seis están a su cargo. "Me ha tocado ejercer la prostitución para que no les falte alimentos, estudios... lo que es básico de un hogar", nos cuenta.

No quiere que entre en casa nadie que la pueda reconocer, ya que nadie sabe que ejerce la prostitución. Antes de la pandemia, compaginaba trabajos temporales en casas o bares con la prostitución.

Asegura que con el confinamiento ha vivido situaciones críticas, tanto que debe tres meses de alquiler y a finales de octubre tiene que abandonar el piso.

"Estoy con medicamentos para estar más tranquila porque me toca salir de mi piso, tengo que dejarlo y no sé para donde voy a coger porque no tengo dinero, no tengo la forma, mis padres no lo saben", afirma.

Desde Médicos del Mundo se dieron cuenta de la necesidad que tenía este colectivo y cambiaron su forma de trabajar. Begoña Pablos, técnica de intervención del área de trata y explotación de Médicos del Mundo, relata que comenzaron a cargar y descargar camiones para llevarles alimentos a las puertas de su casa.

No sólo a domicilios, también a puentes a llevar comida a mujeres que han echado de su casa: "Hemos llevado pañales, productos de higiene, de protección y alimentación. Hemos llegado a casas en las que no comían en tres días".

Ayuda que muchas mujeres recogían en secreto o a través de excusas, como, por ejemplo, que eran asistentes y les estaban gestionando el Ingreso Mínimo Vital.

Una necesidad, que nos dicen, han aprovechado quienes pagan por sus servicios: "Se han aprovechado porque piden sin preservativo, quieren besar, quieren más tiempo, quieren que te quites la mascarilla, pagan menos... hay compañeras que por necesidad llegan a hacer cosas".

Cosas que en otras circunstancias no harían, aunque eso, nos explica María, suponga un mayor riesgo para ellas y sus familias. "Esta situación nos ha puesto muy mal económicamente, psicológicamente". Miedo de poder llevar el virus a sus casas.