El domingo arranca el horario de verano y a las dos de la madrugada habrá que adelantar los relojes a las tres. Se perderá una hora de sueño, pero se ganará una de luz, ya que oscurecerá más tarde, aproximadamente a las 20.30 horas.

El cambio de hora comenzó a generalizarse, aunque de manera desigual, a partir de 1974, cuando se produjo la primera crisis del petróleo y algunos países decidieron adelantar los relojes para poder aprovechar más la luz del sol y consumir menos electricidad en iluminación.

Hoy, unos 1.500 millones de personas de casi 80 países mueven las agujas del reloj dos veces al año con esa finalidad. En la Unión Europea, el cambio de hora se aplica como Directiva con carácter indefinido los últimos domingos de octubre y marzo.

La medida está justificada en la normativa comunitaria por "sus impactos positivos no sólo sobre el ahorro energético sino sobre otros sectores como el transporte, las comunicaciones, la seguridad vial, las condiciones de trabajo y los modos de vida, la salud, el turismo o el ocio".

Según el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE) el potencial de ahorro en iluminación del cambio de hora en España puede llegar a representar un 5 % del consumo eléctrico en iluminación, equivalente a unos 300 millones de euros.

Ajustar el 'reloj biológico' es, no obstante, algo más complicado y los expertos atribuyen al cambio de hora efectos como el cansancio o alteraciones del estado de ánimo. No obstante, Manuel Martín-Loeches, investigador del Instituto de Salud Carlos III, afirmó a Efe que el cambio de hora afecta poco al organismo y que adaptarse a él es cuestión de días.