En el escenario de Billy Elliot se rompen prejuicios, incluso, cuando baja el telón. Cada vez son más los niños que quieren bailar.
"Ha habido una explosión de chicos que quieren bailar. Hemos creado una escuela en Barcelona y ahora abrimos otra. Estamos generando nuevos espectadores y nuevos artistas", explica José María Cámara, productor de Billy Elliot, el musical.
Su camino, a diferencia de Billy Elliot, está libre de impedimentos. "Hay gente que opina que los padres son un impedimento para que los niños hagan ballet, pero es falso, si no fuera por los padres y madres, hubiera sido imposible representar la obra", añade Cámara.
Hugo tiene 12 años y quiere ser bailarín. "Es un oficio y me gusta, sería como divertirme trabajando", cuenta este estudiante de baile.
Cuando era más pequeño, sus padres, casi por inercia, le apuntaron a natación. "En el colegio debajo de mi casa vi que había gente bailando y les dije a mis padres que si podía ir a probar un día. Me gustó y me quedé", añade.
Entonces tenía seis años y no le importó ser el único chico. Tampoco a sus padres. "Me chocó, pero me daba un poco igual mientras a él le gustase", cuenta Benito, padre de Hugo.
Sólo se trata de bailar. "Si algún padre tiene algún problema con que su hijo baile, el problema no lo tiene el niño, lo tiene el padre", apunta Cámara.
Porque ellos, entre plié y relevé, seguirán rompiendo estereotipos de género.
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