En su periplo por toda Cuba, las cenizas de Fidel Castro han retornado a Holguín, su tierra natal, donde el retraso de varias horas del paso de la caravana no mermó el ánimo de las miles de personas que salieron a las calles para dar el último adiós a su hijo predilecto, al que muchos conocieron.
La visita fue breve, no más de quince minutos para atravesar a las 16.30 horas los seis kilómetros de la Carretera Central a su paso por Holguín, el mismo camino, pero a la inversa, que cruzó el 3 de enero de 1959, cuando el Ejército Rebelde recorrió triunfal todo el país hasta La Habana.
"Fidel no tiene comparación. No hay otro igual", contaba emocionado Enrique Vidal, de 77 años, que luchó en el Ejército Rebelde y logró escaparse justo cuando las tropas del régimen de Fulgencio Batista estaban a punto de fusilarle.
Poca gente hay en Holguín que no hubiera conocido personalmente al comandante en algún momento de su vida y el recuerdo de esos encuentros con Fidel era comentario general entre la multitud que se agolpó a los dos lados de la calle por la que pasó el cortejo fúnebre que porta sus cenizas.
"Yo lo vi cuando vino a las marchas para pedir el retorno del balserito Elián", le cuenta Marisa, médico de 45 años, a Liliana, de 63 años, que recuerda que mantuvo una breve conversación con el comandante cuando visitó en los noventa la empresa estatal en la que ella trabajaba.
"Cuando lo veías se sentía algo muy especial. Tenía un magnetismo que te atrapaba", rememora Liliana, que no pudo contener las lágrimas cuando vio pasar ante sí el cortejo fúnebre en el que viaja la urna de madera de cedro que guarda las cenizas del comandante.
Los restos incinerados de Fidel, fallecido a los 90 años el pasado 25 de noviembre, descansan sobre una urna de madera de cedro porque el líder de la Revolución nació en Birán, un pequeño pueblo de la provincia de Holguín -a 50 kilómetros de esta ciudad- rodeado de esos árboles en la finca de su padre, el terrateniente de origen gallego Ángel Castro.