Si hay una subida al cielo, es a través de unas escaleras. No sólo para Led Zeppelin, también en la tradición cristiana, las escaleras son un símbolo de unión entre lo terrenal y lo celeste.

La Escalera Santa, situada frente a la basílica de San Juan de Letrán en Roma, tiene ese valor añadido. Según cuenta la leyenda, fue subida por Jesús el viernes Santo para atender a su juicio en el palacio de Poncio Pilato. De ahí el fervor de los más creyentes, que han podido tocar el mármol de sus peldaños, tapado desde hace 300 años por una cobertura de madera, ahora en restauración.

Más antiguas que las de Cristo son las escaleras encontradas en una mina de Austria, las más antiguas de madera que se conservan en Europa.

Aunque no sean de carácter divino, las escaleras son un prodigio de la arquitectura. Unas diseñadas por Miguel Ángel lo demuestran. El artista tenía el encargo de solucionar el problema de altura entre el vestíbulo y la sala que da cabida a la Biblioteca Laurenciana de Florencia. El reto estaba en construir unas escaleras en un espacio muy reducido. Lo que hizo Miguel Ángel fue construir una escalera monumental, dividida en tres, convirtiéndola en la gran protagonista de la sala.

Un efecto de profundidad que luego Borromini aplicará también en el Palacio Barberini de Roma.

A veces, en la arquitectura poner una rampa es rompedor y así fue con el Guggenheim de Nueva York. Aunque su belleza nos alegre la vista, también es cierto que a veces intimidan, ya sea por el número de peldaños o por la muerte que supondría caerse por ellas, como ocurre en el Machu Pichu, Perú.

En el cine suponen muchas veces una entrada triunfal y Bette Davis lo sabía bien. También contribuyen al suspense y al terror.

Motivo de obsesión del grabadista Escher, que contaba que le gustaba perderse en escaleras que no llevaban a ningún lado y que han servido de inspiración al cine, como ha ocurrido con Origen, y a la escultura moderna. Además, son un decorado perfecto para una buena coreografía.