Jamás somos las mismas personas, regresamos del sueño al nuevo día siendo distintas, siendo otras, lo que sucede es que los demás, nos hacen encajar en la memoria que atesoran, que guardan y custodian de nuestras vidas.

Aquellos que nos conocen son quienes nos recuerdan las personas que 'debemos' ser. Por eso, a veces, son tan complicadas las relaciones con personas que conocemos y que nos conocen: son con las que menos libres podemos sentirnos porque esperan que nos comportemos igual a como lo hemos hecho siempre.

¿No has sentido que podías hablar de ti mucho más fácilmente con alguien que no te conocía? ¿No es cierto que cuando terminamos relaciones de pareja largas sentimos que, por fin, podemos volver a ser alguien que creíamos que habíamos perdido?

Existe una imperiosa necesidad porque nos mantengamos siendo las mismas personas con el único fin de proporcionar tranquilidad a quien te conoce.

Es como si hicieran una fotografía mental, te asignaran un rol inamovible, para así no tener que mirarte, atenderte, poder estar contigo en piloto automático, que no supongas ningún esfuerzo o reto, ser 'casita', 'hogar' o 'lugar seguro' tiene un alto precio en quien tiene que sacrificar su devenir, su evolución o crecimiento para que la otra persona no pronuncie el tan temido: "Es que has cambiado".

¿Cómo se puede pretender que alguien no cambie? ¿Cómo podemos vivir en la fantasía de que las personas no cambian y que nos deben una especie de espacio no corrupto?

La realidad es pretender que el otro no se mueva es pretenderle muerto porque todo aquello que alberga una posibilidad es susceptible de romperse, amputarse, cambiar, regresar o irse.

Desear que el otro se mantenga embalsamado en tu idea del mundo es una forma de no quererle bien sino quererle solo para ti. Por eso es tan importante saber que los demás no nos deben la fidelidad de no transformarse sino que se deben a sí mismos el hacerlo y, además, no recibir por ello un reproche, una amonestación, no vivir con culpa el hecho de no ser las mismas personas que ayer, ni sentir que se han mentido, o que han sido falsas, sino que simplemente la existencia ha hecho que ocupen ahora otra lugar.

Lo único que hay que mantener en esos cambios que hacemos es el afecto, es el cuidado, esa es la única certeza que deberíamos necesitar. No la de predecir los comportamientos ajenos por ya saberlos sino saber que esos comportamientos están prescritos bajo la seguridad de querer hacerte las cosas más fáciles, de no sumarle dolor al dolor que ya hay y que es tan grande y tan duro a veces.

No, no somos los mismos.

Y menos mal, porque eso quiere decir que seguimos vivos.