El consumo de cuerpos como adicción.

Eso es lo que nos ha dejado lo afectivo en los tiempos del Tínder.

Un tipo de relaciones imposible de sostenerse porque impiden estar en el ahora.

Porque siempre existe otra promesa.

Otra oportunidad.

Las tres cerezas en fila en la máquina tragaperras.

Eso es lo que estamos todo el rato buscando.

Lo que nos han prometido.

Inténtalo de nuevo, rechaza lo que sí tienes, lo que has ganado, para encontrar algo más, algo mejor, algo más joven, más nuevo, más largo, más gordo, más terso, más hermoso, algo que te haga subir de nivel, que te convierta en el rico, en el que es capaz de tener lo valioso, que te haga subir de nivel, mira con quién estoy, mira lo que me puedo follar, mira hasta dónde he llegado.

Y para ello no nos importa perder lo que sí tenemos.

Lo que hemos ganado.

La imposibilidad de no saber, de tener que decidir si deslizo a la izquierda o a la derecha, de tener que elegir si te gusta o no.

En base a una idea fantasma.

A unas fotos y unas palabras.

Acceder a los demás como a un 24 horas porque siempre hay alguien disponible.

Alguien que me haga sentir que no estoy tan solo este domingo por la tarde.

Que mañana es lunes y si no mojo entonces quién soy, qué soy, desaparezco.

El símbolo de la llama en tu móvil al lado del de pedir comida.

A veces incluso te confundes y abres uno en lugar del otro.

Tampoco hay tanta diferencia.

Haces match. Hola. Ahí muere la conversación.

Haces match. Hola. Bromas, buen rollo, quedas y follas, deshacen el match.

Haces match. Hola. Te vendes. Se vende. La misma mierda de siempre.

Te borras la aplicación.

Pero claro: ¿dónde conoces gente nueva cuando eres adulto?

¿Cuándo en medio de una pandemia mundial?

Antes te apuntas a hacer caminatas o a un curso de cocina pero allí no encajas.

Y ves que no es tan sencillo que te vuelva a suceder, que vuelvas a encontrar a alguien, compartir.

Compruebas que siempre hay alguien más joven y hambriento detrás de ti cuando deslizas la foto en la aplicación.

Compruebas que es una competición sin fin en la que no puedes dejar de compararte una y otra vez.

Que llega un momento en que te conviertes en lo que nadie desea.

Y te tienes que conformar con los restos, con el premio de consolación.

Porque te van a seguir usando para apostar y ver si consiguen las tres cerezas en línea.

Jugando contigo, matando el aburrimiento, pasando el tiempo hasta que llegue lo que es superior.

Igual resulta que lo que estamos es fatal afectivamente.

Que esto de la inmediatez y la separación de una pantalla solo lo empeora.

Y que deberíamos de tener más cuidado porque quien está al otro lado es siempre.

Un ser humano.