Llevamos asistiendo hace tiempo a una situación paradójica que supone reclamar a los hombres una preocupación por el machismo, una implicación en las cuestiones de género, pero a su vez a una expulsión constante de los mismos cada vez que preguntan, que dudan o que aparecen públicamente hablando de estos temas.

Esa ambivalencia cósmica del: '¿Dónde están los hombres?' al 'Cállate, pavo'. ¿En qué quedamos? ¿Queremos que los hombres estén o que desaparezcan? Y si queremos que desaparezcan: ¿Qué pasa con los hombres que están en nuestras vidas? ¿Qué pasa con los padres, los amantes, los maridos, los hijos o nuestros amigos? ¿O los sacamos a ellos de la ecuación? Y si los sacamos: ¿De qué hombres hablamos cuando hablamos 'de los hombres'? ¿A quién nos referimos cuando nos burlamos hablando de 'Jose Luis' o 'Manolo'?

Así, nos parece mal que hablen de cosas 'que no son lo suyo' dando a su vez la libertad para que muchos se desentiendan del problema, diciendo que esto 'no tiene que ver conmigo'. Pero, ¿seguro que no tiene que ver con nosotros? Los hombres también tenemos género, no estamos exonerados de él, no nacemos en un 'tupperware' ni más allá de Orión, los hombres socializamos aquí y resulta que aquí es donde se construye el género que tiene que ver con todas las personas.

Los hombres también 'somos' el género impuesto que además nos construye en oposición, prohibición y negación. Tal y como escribiera la filósofa Élisabeth Badinter: Llego a ser hombre porque no soy mujer, porque no soy un niño y porque no soy homosexual. Llego a serlo además demostrando públicamente que no soy ninguna de esas tres cosas.

Si se transforma la categoría 'mujer' se estará irremediablemente transformado la categoría 'hombre', tampoco se puede hablar de homofobia sin hablar de masculinidad porque la homofobia es una forma de construir identidad masculina. Si pretendemos que el mundo cambie, necesitamos relatos que pongan el foco en la estructura y no en castigos, o logros, individualizados. De nada sirve que 'Manolo' o 'Jose Luis' se den cuenta de algo si no hay una transformación en el motivo por el que se llega a ese algo, de nada sirve 'algunos hombres buenos' señalando a 'algunos hombres malos', entonando un mea culpa.

Tampoco parece estratégico hablar solo de privilegios o violencia, ya que esto, como bien dirá la escritora Bell Hooks, es injusto y sesgado. Porque los relatos profundamente esencializadores, que criminalizan, no permiten la transformación social porque no la pretenden: tan solo se busca tener la razón, hacer una comparativa de agravios, cierta revancha o venganza que, aunque legítima, nos lleva a un páramo desértico, a la imposibilidad del diálogo, una escisión natural y primigenia que nos sitúa en un punto de partida de pérdida continua. Una guerra de sexos infinita.

Es preocupante que este sea el panorama y que cada vez se haga más grande esta fractura, que no nos sentemos a hablar, a escuchar, porque pensemos que 'el otro' es un enemigo, no el sistema que nos construye, no, sino el otro. Porque a veces me da la sensación de que sí, de que son los hombres el enemigo y eso me da miedo, me resulta desolador, porque no sé qué alternativas les estamos dando a los chicos jóvenes que serán los hombres del mañana. ¿Qué esperanza tienen?