Vivimos en tiempos en los que se mistifica la amistad. Así, como el mundo (las parejas) parecen habernos decepcionado mucho, buscamos en la amistad una suerte de refugio, de lugar en el que sí que se nos quiera como merecemos, de espacio libre de todos los tormentos románticos, en definitiva, una suerte de espacio seguro en el que nunca nada malo nos podrá pasar porque las amistades son la familia elegida. De esta forma, la amistad se muestra como un vínculo clarísimo, transparente, en el que solo querrían lo mejor para ti.
¿Qué sucede cuando una amistad te quiere mal?
Claro, al tener esta idea de la amistad, que viene a decir: "No eres como el cabrón o la cabrona de mi ex, ni tampoco como la pesada de mi madre", hace que muchas veces no seamos capaces de ver lo complejas que son las relaciones de amistad. Igual de complejas, por cierto, que cualquier otro tipo de relaciones. Hay amistades que son impuestas, casi, porque son de toda la vida y, porque son desde siempre, nos sentimos en la necesidad de mantenerlas, de aferrarnos a ellas como a unos vaqueros viejos que ya no nos sirven, nos aprietan, nos hacen incluso daño, pero como son los que fuimos a aquel concierto que nos cambió tanto, no los tiramos.
Esas amistades que no cuestionamos, con las que muchas veces ya no tenemos nada que ver, que están en las antípodas de nuestras pasiones y con las que, sin embargo, seguimos quedando por miedo o por culpa. También hay amistades que demandan del otro una presencia exhaustiva, que se enfadan si decides hacer tu vida, que te montan pollos porque fuiste a comer con otras personas y no las avisaste, que están fiscalizando todo lo que haces porque ellas han de estar en todo. Amistades que no te permiten ser, cambiar, que te necesitan siempre de la misma manera (y cerca) para que les recuerdes quiénes eran.
También hay amistades de mierda, que son instrumentales, en las que solo se piensa en ti para que cumplas la función encomendada: hacer de acompañante en una salida de fiesta, ayudar con una mudanza, ser paño de lágrimas, que me diviertas porque me aburro: básicamente ser una presencia que aleje la terrible soledad de los cuerpos de los demás. Incluso hay algo más perverso: ser el apoyo emocional hasta que encuentro lo que de verdad estaba buscando, que no es otra cosa que una pareja. Así, la amistad se convierte en ese periodo de tiempo entre que estoy con alguien y vuelvo a estar con alguien, entre que conozco al amor de mi vida y formo mi propia familia.
La amistad, en todo caso, debería ser un poco mejor que todo esto. Tenemos que seguir trabajando en ella porque no es sencillo ser amigo o amiga, porque además tampoco es algo mágico, algo que sucede sin más. La amistad es un esfuerzo y por eso mismo también merece su duelo. Porque amistades que se terminan y se quedan sin el poder de ser nombradas o lloradas y luego aparecen en sueños y ahí les dices todo lo que te quedaste por decir, todo lo que te dolió o te decepcionó.
A la amistad hay que hacerle una orilla para cuando toque la despedida.