La calle se ha convertido en un significante vacío de significado político. Y en política, ya se sabe, los vacíos se rellenan de inmediato. Por eso mismo la derecha -en su dimensión extrema- se ha hecho con la calle a partir de un tema que resulta un problema para las clases más desfavorecidas: el derecho a la vivienda.
Ha sido Carlos Hernández Quero, de Vox, quien, con un discurso sombreado por los toldos verdes del extrarradio, ha venido a revelar la dejadez y la falta de proyecto de "la otra derecha", la que ahora gobierna con el apoyo de grupos como Esquerra Republicana, organización política de Cataluña cuyo portavoz -Gabriel Rufián- siempre dice estar de acuerdo con lo que realmente no está de acuerdo y viceversa.
Ahora, como Rufián anda ha picado con Quero por la disputa de la calle y los toldos verdes, el de ERC se ha tirado al barro del Capital y en la refriega se ha hecho con el discurso xenófobo de Vox, pero maquillado de lucha de clases, señalando la inmigración como problema en los barrios, a sabiendas de que la izquierda -siempre internacionalista- define al patriota como aquél que confunde los límites de su patria con los límites de la humanidad. Pero a Gabriel Rufián esto le da igual, su discurso es pura mercancía que sólo convence y cala en la gente incauta. Mercancía electoral que utiliza para seguir haciendo lo que hace: vivir del cuento siendo un mal contador de historias. A otro ratón con ese queso, que ya huele.
En lo tocante al discurso de Carlos Hernández Quero cabe señalar su carácter ilegítimo, pues nace desde arriba y no desde abajo. Y aunque -aparentemente- el objetivo sea la justicia social, no tiene el mismo origen ni tampoco el mismo desarrollo y, por lo tanto, no tiene la misma finalidad que la del discurso legítimo, que es el que nace de abajo y que defiende la vivienda como derecho y no como mercancía por la que la gente tenga que estar agradecida cuando se construyen viviendas sociales con materiales de bajo presupuesto, tal y como ocurría en el franquismo. Hay una diferencia, una distancia; la misma que media entre el levantamiento de Casas Viejas contra la República en enero de 1933 y la sublevación militar y golpe de Estado de julio del año 1936 contra esa misma República. El matiz es importante; tanto como que trajo la guerra civil y la dictadura.
Con todo, el discurso de Carlos Hernández Quero es de cierto alcance, pues ha generado polémica y debate, dejando en evidencia a "la otra derecha". Así, Franco, José Antonio y demás personajes siniestros han ocupado los debates por sus iniciativas en lo que respecta al tema vivienda. Sin embargo, uno echa en falta a alguien que señale el pueblo de Marinaleda como referente y modelo a seguir. Porque, en realidad, el pueblo de Marinaleda ha sido poco o nada nombrado en toda esta polémica; una localidad donde todo el mundo tiene techo y pan, demostrado que ni el techo ni el pan ni el trabajo son mercancías. El proyecto político de Sánchez Gordillo es un ejemplo de cómo se pueden hacer las cosas.
El tema de la vivienda ha sido siempre un problema para el grueso del pueblo; nunca para los propietarios. Sin ir más lejos, leyendo la biografía de Henry Miller escrita por Alfred Peres, nos encontramos con un escritor que vive a salto de mata en el París de principios de los años treinta. Miller anduvo más de tres años de pensiones, durmiendo en los sitios más sucios de Montparnasse, al raso o bajo los puentes del Sena.
"Garantizarse un techo bajo el que guarecerse -escribe Perles- es un problema casi tan importante como el problema de la comida, y no tan fácil de resolver". Esto es a principios de los años treinta en París, pero podemos remontarnos más atrás todavía y llegar hasta la Nueva York de 1890, donde Jacob A. Riis, armado con una cámara fotográfica, levantó acta periodística acerca de las condiciones de vida de una buena parte de la población hacinada en los suburbios de Manhattan. Se tituló Cómo vive la otra mitad (Alba) y con este trabajo denunció la política urbanística de la época.
La especulación inmobilaria es algo muy antiguo, algo que sólo trae miseria y, con ello, rédito electoral. Por eso resultan tan culpables los miserables que la originan con su especulación, como los representantes políticos que no intervienen el mercado y marean la perdiz mientras utilizan la necesidad del pueblo como una puta mercancía. Huele mal todo este asunto, huele a próximas elecciones.



