El periodo que conocemos como "Transición" fue un camelo, una estafa de feria que el silencio constitucional envolvió por completo. Fuimos tan inocentes que, cuando nos quisimos dar cuenta, la situación era ya irreversible. Porque habíamos aceptado entrar en un juego sucio cuyas reglas venían impuestas por una Constitución que nunca fue discutida en asambleas. De ahí el engaño del que seguimos siendo víctimas. Se ha escrito mucho sobre el tema, sobre la repercusión que tuvo el "fraude transicional" en los estratos sociales más desfavorecidos, en los entornos más indicados para dinamizar el ciclo de distribución de la droga encargada de neutralizar la lucha de clases. Porque el valor de utilidad marginal de la heroína, caballo, jaco o burro, aumentaba a medida que la prohibición se iba haciendo más rigurosa.

Con todo, se ha escrito poco o nada acerca de cómo se vivió aquella época en las cárceles españolas y lo que significó el movimiento asambleario COPEL (Coordinadora de Presos Españoles en Lucha). Por lo mismo, cuando aparece algún libro que trata el tema es para celebrarlo, ya que consigue que el relato no sea olvidado. Como ejemplo sirva el trabajo que hoy traemos hasta aquí y que se titula: 'Autobiografía de Manuel Martínez', un testimonio áspero que publica la editorial Pepitas de Calabaza. Se trata de la historia de un inadaptado social, uno de tantos que, desde los márgenes y la incertidumbre de la época, practicaron el pillaje como respuesta natural a la sociedad de la abundancia, es decir, al desarrollo económico que arrancó en los años 50 con la llegada de la leche en polvo y las bases yanquis. Por entonces, Franco se convirtió en Vigía de Occidente y, a su vez, España pasó a ser una sucursal más del Imperio donde se asentarán los cimientos que sirvieron de base para que, años después, los Solchaga's boys desplegaran sus principios irreversibles.

Llegados aquí, no nos sorprende la postura de Pedro Sánchez, dirigente socialista y hasta ahora presidente del Gobierno. Porque su desprecio al pensamiento discursivo de izquierdas que propone Pablo Iglesias tan sólo es el efecto de una causa que tuvo su origen décadas antes, cuando se estableció la Transición como continuidad del desarrollismo franquista. Ahora, volvamos al libro que aquí nos ocupa, pues, entre otras cosas, trata de cómo un ser humano es capaz de soportar el cautiverio en las cárceles de aquella época y en unas condiciones de vida que harían enloquecer al animal más manso.

Tras leer el libro, la reflexión que podemos hacer es que todo preso es preso político. Esto se debe a que su condena viene condicionada por una relación de poder en la que el preso siempre es la víctima. De hecho, en esta jugosa autobiografía, el mismo Manuel Martínez nos cuenta cómo su conciencia fue desplegándose entre los muros de los distintos presidios por los que fue pasando. De ser un chori, un quinqui, un sirlero víctima de la ley de la Gandula, pasó a convertirse en un activista político dentro de la cárcel, ayudando a difundir panfletos y denunciando el abuso de los boqueras o carceleros. La transformación de Manuel Martínez vino dada al entrar en contacto con las charlas y lecturas políticas de los presos anarquistas que ocupaban chabolos cercanos. Con ello, no sólo cambió su manera de ver el mundo, sino que también cambiaron los términos de sus acciones.

A partir de entonces, para Manuel Martínez ya no existirán los robos, sino las expropiaciones o, lo que es lo mismo, la recuperación individual, concepto anarquista que él mismo llevaría a la práctica siguiendo la estela que dejó la banda de Jules Bonnot por la Europa de hace un siglo.