En una época oscura, como la que se vivió en Europa durante la década de los años treinta, una serie de mujeres se enfrentaron al mundo sin más armas que su pensamiento. Hablamos de Simone de Beauvoir, Simone Weil y Hannah Arendt.

La expresión discursiva de cualquiera de ellas no ha tenido parangón desde entonces. Su posición política, sumada a la presencia de un icono del liberalismo como lo fue Ayn Rand, ha dado lugar a uno de los libros más necesarios que se han publicado en los últimos tiempos. Y digo 'necesarios' porque hacía falta un estudio desde el punto de vista femenino, que abarcase un periodo tan activo -en lo que se refiere al cultivo de conflictos- como lo fue la década de los treinta.

El ensayo se titula 'El fuego de la libertad' (Taurus) y viene firmado por el filósofo Wolfram Eilenberger. En dicho libro se recoge la historia de estas cuatro pensadoras y su notable influencia en generaciones posteriores. Es más, ahora que se cuestiona el neoliberalismo desde la cruda realidad argentina, conviene recordar que el discurso de Milei viene motivado en gran parte por la figura de Ayn Rand. Pero no vamos a enredarnos todavía, puesto que lo que viene a señalar el autor de este ensayo es la importancia del citado grupo de mujeres en el proceso histórico del que formaron parte.

Dejando a las demás a un lado, hoy nos vamos a centrar en la figura de Hannah Arendt, cuyo pensamiento se inspira en los orígenes de nuestra civilización, sumergiéndonos en la Antigua Grecia como fuente de sabiduría. Para calibrar el pensamiento de Hannah Arendt, baste recordar lo que dijo acerca del llamado 'mal menor', recurso tan manido como servicial para engañar a la gente simple. Porque para Hannah Arendt, "quienes escogen el mal menor, olvidan con gran rapidez que también están escogiendo el mal". Y esto conviene traerlo a nuestra política institucional y enredarlo con el discurso de Pedro Sánchez cuando, hace unos meses, tras el escándalo Cerdán, Koldo, Ábalos y el baile de jurdeles y chistorras, nos salió con el argumento anémico de que, si dimite, se rompería la “estabilidad” y acabaríamos en manos de la otra derecha.

De los dos males, mejor el mal menor, viene a decirnos Sánchez, justificando que el mal ha de existir de una manera o de otra; un mal que, en este caso, viene a ser el mismo. Porque ha sido Sánchez, desde el PSOE, quien ha dado alas a Vox con su manera de gobernar, siempre al servicio de un Capital al que permite que su mano invisible regule el mercado. Con esto, ha fulminado toda tentativa de izquierda en el gobierno, girando hacia un neoliberalismo cuqui y de buen rollo que, una vez entrado en crisis, deja vía libre a la extrema derecha y a su fantasma que tanto se ha empeñado Sánchez en azuzarnos.

No contento con ello, y reafirmando sus argumentos flojotes, Sánchez llega a insinuar que, si en su gobierno ha habido corrupción -de momento lo tendrá que afirmar la justicia- en el PP ha habido más. Y aquí seguimos, igual que hace un rato, con una inflación desatada y un gobierno al servicio del FMI, la OTAN, el IBEX, la UE y demás sopa de letras de las que Sánchez se alimenta, dando la espalda a un pueblo que no merece tanta desfachatez como la que este gobierno maneja.

Mientras escribo estas líneas, la otra derecha ha dado orden de destruir al tal Mazón. Pin, pam, pum, fuego. Y lo terrible es que Mazón no cae porque haya mentido a los de su organización política -el PP-. Para nada. Los peperos conocían el asunto. Lo que sucede es que, llegados a este punto, necesitan una víctima expiatoria. De igual manera, el PSOE no ha tenido suficiente con Cerdán, por eso, cuando toque, se dará orden de destruir a Ábalos. Y es que en esta piara en la que se mueven nuestras instituciones, se maneja la matanza; un sacrificio que se practica como si fuera un ritual y que trae chistorras, chorizos y morcillas con piñones flotando en la sangre caliente de los cerdos recién acuchillados. No olvidemos que, de aquí a pocos días, se celebra San Martín.