El otro día, la OMS decretó el final de la emergencia sanitaria causada por la COVID. Han sido tres años cargados de cadáveres y de secuelas, de trastornos físicos y psíquicos; de perturbaciones de difícil cura. Porque un trauma colectivo de este calado altera el inconsciente y, como bien saben los mejores psiquiatras, la única forma posible de sanarlo es con ayuda de los terrores que ofrece la ficción.

Lo cuenta muy bien Stephen King en uno de sus libros, cuando explica que el trauma colectivo sólo se cura sacándolo a bailar. Porque cuando el trauma colectivo entra en relación con nuestros traumas individuales, y ambos traumas bailan juntos al son de una danza macabra, es entonces -y sólo entonces- cuando empezamos a sanar.

Para que el baile se ponga en movimiento sólo hace falta una música muy especial, y esa música no es otra que la que nos traen las historias de terror. Por eso es tan importante leer a Stephen King y, por extensión, a sus maestros. Me refiero a Edgar Allan Poe y a H. P. Lovecraft. De este último toca hablar hoy, pues acaba de ser publicado el primer volumen de sus cartas: Escribir contra los hombres.

Se trata de un trabajo colosal a cargo de Javier Calvo, encargado de traducir la relación postal de Lovecraft para la editorial Aristas Martínez en una edición cuidada al detalle. Es aquí, en sus cartas, donde nos encontramos con el Lovecraft más cercano, con el autor que pasa fatigas económicas y que es esclavo de sus viscosos terrores; traumas que le acompañan desde crío y que saca a bailar con ayuda de lecturas sanadoras como lo fueron para él los relatos de Lord Dunsany o de Arthur Machen, dos de sus maestros. Por simple curiosidad, abrimos este libro por el año 1923, hace ahora cien años, y nos encontramos con el autor de Providence colaborando por primera vez en una publicación que le haría inmortal. Se trata de la revista Weird Tales, revista pulp estadounidense de fantasía y terror que acababa de ser fundada por J. C. Henneberger y J. M. Lansinger, siendo Edwin Bair su editor.

En una de las cartas que Lovecraft escribe a Bair, le comenta que no presta atención al mercado cuando se propone crear un relato y que sólo lo hace por el placer que le proporciona crear "ciertas imágenes o situaciones grotescas y efectos de atmósfera". El único lector que tenía en mente Lovecraft era él mismo. Por si fuera poco el desinterés que muestra Lovecraft en esta carta, le sigue diciendo a Edwin Bair que el relato que adjunta ya había sido presentado con anterioridad a otra publicación pulposa, Black Mask, y que había sido rechazado.

Lovecraft escribe esta carta con la indiferencia del que sabe que no lo van a herir más de lo que está, pero también con el deseo de ser reconocido; un raro contraste del que el autor se sirve para seguir dando sentido a su existencia, para calzarse unos zapatos de baile y marcarse unos improvisados pasos sobre la tierra donde descansan los huesos de la literatura decadente; una danza llena de misterios y terrores gigantescos en la que la melodía es una costumbre callada que viene a sanar el trauma arraigado en el inconsciente.

Por eso es tan importante leer a Lovecraft. Y una forma de hacerlo es sumergiéndonos en este volumen de cartas donde se revela su particular mitología de una manera tan cercana y afín que lo convierte en un miembro destacado de nuestra familia. No se lo pierdan.