Lo de la manipulación informativa viene de antiguo. Hay quien señala como iniciador de la misma al magnate de la prensa norteamericana: William Randolph Hearst.

Por decirlo de alguna manera, Hearst era un tipo tan primario como dañino que consideraba la información como una mercancía más. Con su manera de "hacer noticias", Hearst consiguió que el vacío ganase terreno a la opinión pública. Más o menos lo mismo a lo que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación de hoy en día, pero a finales del XIX, cuando Cuba era parte del territorio colonial español y William Randolph Hearst se preparaba para hincharse a ganar dinero con la venta de periódicos tras provocar la revuelta de cubanos contra españoles, convirtiendo la Guerra de Cuba en el primer conflicto "armado" por los medios de comunicación.

En la mañana del 15 de febrero de 1898, el 'Maine', acorazado de bandera estadounidense, estalló de repente. Buena parte de su tripulación perdió la vida y la opinión pública estadounidense no quería escuchar otra cosa que no fuera el ruido provocado por los titulares de los periódicos. Por esta manera de "hacer noticias", William Randolph Hearst pasará a la historia como pionero del sensacionalismo.

El retrato más cruel que de él se hizo fue filmado por Orson Welles. En la película 'Ciudadano Kane' se nos presenta a un personaje ególatra, siempre a la busca de su propia infancia. Hay una palabra clave en la película, la última que dijo el magnate Charles Foster Kane antes de morir: 'Rosebud'. A partir de aquí, la historia se cuenta a través de un periodista que quiere dar con el significado de dicha palabra. En realidad, lo que Orson Welles pretendía con lo de 'Rosebud' era llevar a cabo una gamberrada. Porque con tal palabra, William Randolph Hearst nombraba el clítoris de su amante, Marion Davies; una actriz de la 'Era Dorada de Hollywood' cuya carrera se vería eclipsada por estos y otros chismes.

Pero dejemos el aspecto gamberro de Welles y remitámonos más atrás en los tiempos, cuando los hechos históricos empezaban a divulgarse por escrito gracias a la labor de historiadores como Heródoto (484 a.C- 425 a.C) y Tucídides (460 a.C- ¿396? a.C), ambos inventores de un género que escudriñaba las raíces materiales de la guerra. De Tucídides baste decir que es considerado como el primer escritor que concibe la historia como materia científica.

De tal manera, la relación de hechos que originan la guerra de Troya, poco o nada tienen que ver con el honor y con los dioses que relataba Homero en La Iliada. Despojando el relato de elementos idealistas, Tucídides señala que Agamenón se hizo a la mar guiado por su propia iniciativa y que poco o nada tuvo que ver la cuestión de Helena que cantó Homero. Luego, la falta de recursos en la expedición capitaneada por Agamenón hizo que el contingente griego se dispersase para practicar la piratería.

Con esto, podemos comprobar que las teorías materialistas de la historia aparecen muchos siglos antes de que Marx llegase al mundo. Con el sensacionalismo sucede algo parecido. Antes de que William Randolph Hearst se encargara de incendiar a la opinión pública, Heródoto ya "hacía noticias". Esto último nos lo viene a recordar el periodista polaco Ryszard Kapuściński en uno de los capítulos más sobresalientes de su libro 'Viajes con Heródoto'. El capítulo se titula 'La felicidad y la desdicha de Creso' y, en él, Kapuściński nos cuenta cómo Heródoto da con la respuesta a la pregunta que origina la investigación: "¿Quién empezó la guerra?".

Es entonces, dice Kapuściński, cuando "Heródoto se oculta en la sombra para destacar respuestas de otros". De esta manera, Heródoto se quita la máscara de heraldo y se la coloca a los "hombres más cultos de Persia y mejor instruidos de la historia", quienes afirmaban que la guerra entre griegos y persas no era cosa de unos ni de otros, sino de un tercer pueblo, los fenicios, que fueron los que habían iniciado el rapto de mujeres griegas. Según la lectura de Kapuściński, el historiador Heródoto nos cuenta que si ellas no hubiesen querido, no hubiesen sido robadas.

El golpe de efecto en el incipiente mercado mediático va a conseguir que Heródoto venda sus historias. Como vemos, el efecto de sensacionalismo existe desde tiempos tan antiguos como la escritura. Lo que sucede es que ha ido degenerando hasta convertirse en lo que hoy sufrimos cada vez que nos asomamos a los noticieros.

Hemos conseguido dejar atrás los tiempos en los que Hearst contrataba a escritores de la talla de Ambrose Bierce para dar color literario a una realidad que, en buena parte, era inventada. Esa es la diferencia más notable. Antes se relataba con cierto gusto, con voluntad de prosa. Ahora, ya, ni eso.