El escritor John le Carré dejó dicho que Cristo tuvo doce apóstoles, de los cuales uno de ellos era agente doble. Con esta afirmación, lo que el maestro de las historias de espionaje nos viene a decir es que, en todo grupo u organización política siempre hay, por lo menos, un traidor. Si esto lo llevamos o lo traemos a nuestra actualidad política, podemos observar cómo la traición es asunto cotidiano, uno de tantos asuntos que han venido a completar la ópera bufa parlamentaria que llevamos sufriendo desde hace décadas.

La sospecha, el recelo y la desconfianza son categorías esenciales a la hora de poner en marcha los servicios de inteligencia, pero como aquí somos como somos, nos toca sufrir el espionaje carpetovetónico que estamos viviendo. Por eso, cada vez que se habla de espionaje, los lectores de le Carré nos remitimos a esa atmósfera donde la niebla envuelve los asuntos de la Guerra Fría y, al otro lado del Telón de Acero, un agente doble espera a que un hombre llegue en bicicleta.

Todo muy sutil, muy calculado, nada que ver con la chabacanería que nos invade estos días donde los casos de espionaje se mezclan con la paella con chorizo al gusto ibérico. Las moscas, el botijo y toda la parafernalia cultural que arrastramos desde que Goya pintó "La carga de los mamelucos" quedan de manifiesto en asuntos como el que han salpicado al presidente Sánchez, y eso sin olvidar a una oposición cuya lucha intestina también cuenta con sus traiciones y con su espionaje. País.

Pero lejos de las miserias ibéricas, John le Carré basa el corpus de su obra en el espionaje de calibre, creando un mundo ficticio donde la verdad nunca es igual a la verdad verdadera, valga la redundancia, de nuestra actualidad. John le Carré no se acerca a ella ni por asomo. De manera magistral, John le Carré nos presenta las estructuras rígidas donde se mueven sus personajes hechos de carne y sangre, tipos elegantes que son capaces de matar con las mismas manos que antes han acariciado a un niño.

En la última novela de John le Carré aparece Edward Avon, un héroe cansado que traiciona a todo el mundo para mantenerse fiel a sí mismo. Este viejo espía, desencantado y escéptico, es la antítesis de cualquiera de los políticos que nos han tocado en suerte, capaces de traicionar a todo el mundo por el hecho de traicionarse a sí mismos y que, cuando toca dimitir, descargan sus culpas en sus colaboradores -o colaboradoras- más débiles.

La ética es una disciplina que nuestra clase política practica poco o nada. Cuando se recurre a ella, se la toma como un medio, nunca como un fin en sí mismo, al contrario de lo que le pasa a Edward Avon, el último personaje creado por uno de los autores más leídos de nuestra época, el escritor John le Carré, un hombre que se movió por el mundo conociendo la elegancia y la distinción hasta en los momentos más extremos, cuando el sabor de la sangre llega hasta la boca y, para hacerlo más llevadero, se combina con un trago de whisky escocés servido en vaso ancho.

Aquí somos más de vaso de tubo, nos gusta agarrarlo igual que si fuese cierta parte de nuestra anatomía que no vamos a citar. Pero no nos despistemos. Si quieren espías de verdad, acérquense a Proyecto Silverview (Planeta), la última de John le Carre, o a cualquiera de sus novelas anteriores que acaban de ser reeditadas. Son la Biblia del espionaje.