Hace ya más de una semana de lo del apagón y todavía andamos con el runrún en marcha; teorías, argumentos, hipótesis y toda la cuerda de opiniones acerca del origen y de la culpabilidad de lo ocurrido. Y pío, pío, que yo no he sido. Ya lo vimos con la pandemia y para coscarnos del todo vino la DANA; porque este país no tiene arreglo, como bien decía Pío Baroja, un hombre sabio de los de boina y conciencia crítica en cuyas novelas hay acción y reflexión filosófica, paisaje y paisanaje, ciencia y lucha por la vida. De lo mejorcito que nos ha ocurrido.
En Estados Unidos, por seguir con el ejemplo, vive otro novelista cuyas historias absorben como en su día lo hicieron las de Baroja. Se llama Don DeLillo y tiene casi 90 años. Podemos trazar un hilo que arraque en Baroja y que siga con su discípulo más aventajado, Hemingway, para terminar dando puntadas en la posmodernidad donde DeLillo se maneja con una soltura muy personal, fraseo corto y prosa sencilla. Porque DeLillo es mucho DeLillo. Tanto es así que, en una de sus últimas novelas, la titulada El silencio (Austral), va y nos cuenta lo del apagón que deja al mundo a oscuras y sin conexiones digitales, lo que hace que las vidas se corten de cuajo. Con esta novela, Don DeLillo hace posible a Graham Greene cuando este dijo algo así como que las novelas se cuentan con recuerdos ya vividos y con recuerdos que están por venir. Porque, sin duda, las novelas, las buenas novelas, anticipan con ayuda de la ficción los hechos futuros.
"Ya nada surge de la nada -dice uno de los personajes, al principio de El silencio- Ya nada surge de la nada. Cada vez que un dato olvidado emerge sin asistencia digital, lo anuncias a los demás mientras miras a lo lejos, hacia ese otro mundo donde vive lo que se conocía y se perdió".
Es grave que con el uso de los cacharritos no trabajemos más la memoria, es tremendo que si no nos acordamos de un nombre o de cualquier clase de dato, tengamos que acudir a esa prótesis injertada en la palma de la mano. De aquí a unos años, la peña caminará encorvada, con aplicaciones digitales para hacer de vientre, dicho por lo fino. Pero a lo que iba, que la novela de DeLillo adelanta lo que acabamos de vivir.
Por si fuera poco, la memoria me lleva hasta otro libro, leído hace ya muchos años, pero que con lo del apagón ha venido a revolver el tiempo presente. Se titula: El retorno de los Brujos y fue el libro que inauguró la corriente denominada "Realismo fantástico" a principios de los años 70. En uno de sus capítulos, sus autores -Pauwels y Bergier- vienen a decirnos que, a mayor tecnología, más fácil resulta que una civilización se colapse o, incluso, desaparezca por culpa de dicha tecnología.
Con lo que hemos vivido, Pauwels y Bergier no andaban descaminados. Lo sucedido el otro día es para repensarnos muchas cosas y, entre todas ellas, plantearnos la fragilidad de nuestro entorno tecnológico; el tejido de falsas relaciones que estamos creando a partir de un Estado virtual con más peso que ese otro Estado que padecemos y que ha sido absorbido por el Capital, cuya voracidad lo ha dejado tan raquítico que ya no existe. Habría que imaginar la realidad de otra forma, pues, de seguir así vamos a terminar atrapados en una puta pesadilla.