Su nombre real es BMR –las siglas de blindado medio sobre ruedas–, lleva en su destino actual desde 2017 y anteriormente sirvió en el Ejército de Tierra. Tiene una hermana gemela que, como ella, pesa quince toneladas, y también está destinada en la Unidad de Intervención Policial (UIP) de la Policía Nacional. A estas alturas ya sabrán que les estoy hablando de ese vehículo conocido popularmente como “la tanqueta” y que en los últimos días ha andado moviendo barricadas y abriendo caminos por las calles de Cádiz, provocando la sobreactuada indignación de muchos, que han aprovechado la utilización del BMR para meter el dedo en el ojo a su socio de Gobierno –Yolanda Díaz clamando que iba a pedir explicaciones a su compañero de Consejo de Ministros Grande-Marlaska– o para dar gusto a su gatillo demagógico –Jaume Assens, portavoz de Unidas Podemos en el Congreso, diciendo que la tanqueta no se usa en barrios adinerados–. Y, por si eran pocos, la tanqueta ha provocado hasta fuego amigo: algún sindicato policial ha dicho que cómo era posible que el resultón blindado no hubiese prestado servicio en las incendiadas calles de Cataluña durante las operaciones Copérnico e Ícaro.

Desde el gabinete de Grande-Marlaska ya han avisado de que no hay ninguna explicación que dar: el BMR ha cumplido su misión en Cádiz, que no era otra que retirar contenedores y barricadas, algo que hace posible la pala que lleva en su parte frontal, que no fue instalada hasta el pasado mes de abril, razón por la que no se usó en Cataluña. Pese a los inflamados discursos de los socios de gobierno del PSOE, la tanqueta no es un vehículo destinado a atropellar trabajadores, sino a hacer exactamente lo que ha hecho en Cádiz y a servir de elemento disuasorio contra el terrorismo. La Policía adquirió dos BMR jubilados del Ejército de Tierra en plena amenaza yihadista –2017–, cuando en muchos puntos de Europa, también en Barcelona, los terroristas atentaron lanzando vehículos a toda velocidad por calles peatonales o mercados navideños. Los BMR, con sus quince mil kilos de peso, eran una barrera móvil y eficaz contra esta amenaza, aunque llegase en forma de camión, y así se usaron.

Quizás falte algo de pedagogía para explicar ciertas decisiones en materia de seguridad ciudadana y orden público, pero por mucho esfuerzo que se haga en este sentido habrá quien siga viendo a los uniformados como sospechosos habituales. Y lo peor es que mientras unos y otros se pelean por sacar más rédito de la tanqueta, se olvida a los verdaderos protagonistas de esta historia, los trabajadores del metal, que quieren ganar en la calle lo que es de justicia y se les niega, un salario digno. Habría que recordar a unos y otros lo que oí en boca de un viejo comisario en la época más dura de los desahucios: la Policía protege a los trabajadores, los ricos tienen sus propias policías.