Ocurrió hace unos días en la Universidad Francisco de Vitoria. La maestra de ceremonias fue Beatriz de León Cobo, autora de un completo trabajo sobre detección precoz y prevención de la radicalización violenta en España, financiado por la Fundación de Víctimas del Terrorismo, en el que tuve el honor de participar. En el aula maga de Derecho nos juntamos juristas, académicos, investigadores, policías, guardias civiles y este reportero. Se habló de razones, de fases, de distintos tipos de radicalización, se conectó con Bruselas y Marruecos para que expertos mucho más cualificados que yo aportasen sus enriquecedores puntos de vista sobre un fenómeno tan complejo como apasionante: qué convierte a un joven, primero en un radical, y más adelante en alguien dispuesto a atentar contra la vida de sus semejantes en nombre de una religión, una ideología o una nación. Para cuestiones tan complicadas nunca hay respuestas sencillas, por mucho que se empeñen los populismos en sostener lo contrario. Pero sí hubo algo en lo que gran parte de los participantes estábamos de acuerdo: la creación y promoción del sentido crítico es el mejor antídoto frente a los radicalismos de cualquier clase.

Lo dije en ese foro y lo he repetido alguna vez en este rincón: corren malos tiempos para la construcción de un espíritu crítico y muy buenos tiempos para todos aquellos que se aferran a verdades absolutas y a ideologías con un fervor cercano a la fe del carbonero. No hay grises, sólo hay blancos y negros; no hay dudas, sólo hay certezas acordes con el color del cristal con el que cada uno ve la vida; no hay adversarios o rivales políticos e ideológicos, sólo hay enemigos.

Apena ver el punto al que hemos llegado, en el que nadie atiende ni escucha a todos aquellos que nos movemos por las zonas grises de la vida, con unas pocas convicciones y llenos de dudas; un punto en el que si uno no está en una u otra trinchera está fuera de lugar. Y las trincheras son las mejores amigas de la radicalización. Desde la trinchera, empapados en el fango de la ideología que la recubre, somos incapaces de apreciar matices. Históricamente, todos los radicales han cavado profundas trincheras para meterse junto a los suyos. El proceso siempre es el mismo: invento un agravio –España nos roba, no nos dejan vivir nuestra religión, los inmigrantes nos quitan los trabajos, no vivimos en una verdadera democracia– y creo un responsable del agravio contra el que ya puedo cavar una trinchera. Así están las cosas y, lo peor, es que quienes deberían velar por hacer de la nuestra una sociedad con espíritu crítico a lo que se dedican es a cavar trincheras cada vez más profundas y con más fango y a difundir sus proclamas con un sustrato y una profundidad que no supera los doscientos ochenta caracteres.