- Que pase el siguiente testigo: policía nacional con carné profesional xxxx.

El hombre sentado en el banquillo esboza una media sonrisa y sigue al testigo con la mirada hasta que éste ocupa su sitio frente al magistrado presidente. Lo reconoce perfectamente, se acuerda de él y, sobre todo, de su mirada de miedo aquel día.

- Tiene la palabra el Ministerio Fiscal.

La fiscal se ajusta las gafas y consulta unos papeles antes de dirigirse al testigo.

- Es usted policía nacional, ¿verdad? Adscrito al GAC del distrito de Usera. ¿Puede explicarle al jurado cuáles eran sus funciones el día de los hechos?

- Yo formaba parte de la dotación de un zeta, un coche patrulla, del distrito.

- ¿Iba usted solo en ese coche?

- No –el testigo baja la mirada y la voz–, iba con mi compañero.

- ¿Su compañero es el agente xxxxx?

- Así es –el testigo lanza una mirada hacia el acusado, sentado junto a su abogado, un letrado de oficio que vela por sus derechos desde el inicio del proceso–. Ese era mi compañero.

La fiscal mira con lástima al policía. La misma mirada que le dedican varios miembros del jurado.

- Cuéntele al jurado qué ocurrió el día de los hechos.

- Recibimos un aviso de la emisora. Un hombre. Ese hombre –señala al acusado– estaba esgrimiendo un cuchillo en un centro de salud del distrito. Amenazaba a los pacientes y al personal del ambulatorio.

- Bien –la fiscal le anima con un gesto de su mano derecha–, prosiga.

- Llegamos, salimos del coche y nos identificamos como policías. Le pedimos que depusiese su actitud. Mi compañero se acercó a él...

- ¿Cómo se lo pidieron? ¿Le dejaron claro que eran policías?

El testigo mueve la cabeza a los lados, como si no comprendiese.

- Bueno, llevábamos uniforme, sacamos nuestras armas reglamentarias. Le dijimos que bajase el cuchillo.

La fiscal se rasca la barbilla y guarda unos segundos de silencio antes de lanzar la pregunta.

- Si llevaban uniformes, como dice, y armas, ¿por qué no dispararon antes de que ese señor apuñalase a su compañero?

El acusado vuelve a esbozar una media sonrisa. Y ahora recuerda con claridad cómo les temblaban las manos, incapaces de sostener con firmeza las pistolas, incapaces siquiera de apuntarle, incapaces de disparar. El testigo vuelve a agachar la cabeza y baja el tono de voz, parece empequeñecerse y hundirse en la silla que ocupa.

- No sabíamos si había proporcionalidad de medios en nuestra respuesta si hubiésemos disparado. No estábamos seguros de acertarle en órganos no vitales. No teníamos claro qué nivel de amenaza representaba para nosotros y para la ciudadanía. No nos dio tiempo a evaluar su estado mental...

La mirada de la fiscal ahora es de compasión.

- Y ahora su compañero está muerto.